CAPÍTULO 18

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―¿Cómo que yo? ―inquirió Daniel tomado por sorpresa

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―¿Cómo que yo? ―inquirió Daniel tomado por sorpresa.

―Querías una historia, ¿no? Ahí está, ahora vas a ser parte de ella.

Daniel sintió un impulso de querer avecinar su puño hasta él, pero logró controlarlo gracias a que las fastidiosas, pero certeras palabras de Iker, lograron hacer conexión con su parte racional. La cual tuvo efecto en sí mismo, suficiente para ver una oportunidad infalible de mostrar la intrepidez de un verdadero periodista.

Frunció el entrecejo por su naturaleza ingobernable que se sometía ante las, prácticamente, demandas de Iker, quien sabía que le molestaba aquel gesto. Prefirió no darle el gusto, optando por enseñarle cómo un joven de diecisiete años, incapacitado de una pierna y un brazo, podía ser capaz de tomar aquello con calma y aires de superioridad.

―Está bien, está perfecto, me lo aviento ―soltó aguerrido, luciendo capaz y envalentonado―. No ocupo que me recuerdes lo que vine a buscar.

Iker lo miró con repetido desagrado al notar su gran demostración de febrilidad, pero lo ignoró, pues iba a cooperar y eso no podía discutirse, aunque a su orgullo le afectara.

―Entonces finge que estás muy malo, si es que se puede más.

―Puedo sorprenderte ―arremetió, sonriendo―. ¡Ah, ayúdenme, mi columna!

Y de la nada, Iker terminó cargando al convaleciente de Daniel, echándoselo a sus hombros con el brazo que estaba sano y mientras cojeaba con la pierna buena; para lo cual no le fue muy necesario actuar. Iker sintió pena por su actuación, pero se obligó a dejarlo por la paz para mirar a todos lados y hallar al dichoso doctor canoso. Avanzó hasta la entrada y ahí se frenó, pues un oficial resguardaba el umbral y preguntaba el área hacia la que se dirigían las personas que intentaban atravesarlo, al mismo tiempo que revisaba las tarjetas del derechohabiente con cara de pocos amigos. Se quedaron posados sobre una pared, acompañados de una multitud que esperaba también desde fuera, ya sea durmiendo o impacientes por recibir noticias de aquellos a quienes estaban aguardando al interior.

A los pocos minutos resintió el peso de los huesos del delgado pero alto Daniel.

―¿Quién te dijo que era necesario echarme todo tu cuerpo encima? ―reclamó Iker, espetándoselo por lo bajo.

―Tú me dijiste que fingiera y esta es mi mejor actuación ―se excusó este, disfrutándolo.

Ahora Iker se arrepentía de haberle dado tal poder.

―¿Ves algo? ―le preguntó con ojos moribundos y una voz pasmosa.

―No, aún no ―replicó con esfuerzo, rebatiéndose a desfallecer con aquel costal de carne y huesos que cargaba de más.

Echaba de reojo miradas hacia todos lados, de derecha a izquierda y a la inversa, del mismo modo que revisaba parte del segundo piso donde los vendedores ambulantes se hacían presentes. Observó a un lado donde estaba la farmacia y luego al otro donde estaban estacionadas varias ambulancias, pero nada, no había señal del canoso de lentes y barba que su cristal esmeralda logró mostrarle.

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