CAPÍTULO 17

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La noche cobijaba al ahora renovado grupo de cuatro, los acompañaba en sus hazañas y los ocultaba de los ojos de las multitudes

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La noche cobijaba al ahora renovado grupo de cuatro, los acompañaba en sus hazañas y los ocultaba de los ojos de las multitudes. Pero si bien tenían mucho en qué pensar, también era cierto que los ojos de Lucas comenzaban a cerrarse de vez en cuando: ahí, al interior del taxi que Daniel había contactado para Alan y él. A pesar de los turbios sucesos que habían estado azotando su tranquilidad (lo cual le mantenía despierto el cerebro), llegó a un punto en el que este daba señales de flaqueza tras mantenerse alerta de toda la red de pensamientos. 

Lucas recitaba como un constante canto la llamada que acababa de hacer hace unos cuantos minutos a Estela, con Daniel proporcionándole un teléfono celular para que pudiese preguntar sobre el estado de su hermano. Ella le respondió a la brevedad, y fue portadora de buenas noticias al contarle lo exitoso que había sido el traslado. Además de eso y que los doctores empezaron a examinarlo con mayor meticulosidad, no hubo otra cosa relevante que mencionar. Lucas logró sentirse satisfecho, pues la mujer tenía un gran don para decir las cosas con mucho tacto, y a pesar de no conocerla más que de vista, consiguió propiciarle una sensación de paz y esperanza. Este pequeño ejercicio de enfocar su atención sobre Aarón le permitía mantener la calma ante lo demás, ya que, aun lográndose sentir un poco más seguro con el suceso de la bala que desvió, seguía teniendo la idea de no saber...

...«¿Qué carajos voy a hacer?». Con dicho pensamiento era que se lograba arrancar el sueño de sopetón.

Abrió los ojos y miró cómo la pared que bordeaba la refinería daba señal de lo cerca de las aguas saladas. La brisa fresca, entremezclada con el fétido olor a químicos, chocaba contra su rostro. En definitiva, iban por el camino correcto: un sendero diferente al que uno se imaginaría antes de llegar a una playa.  Así era Miramar. En el camino concurrieron unos cuantos coches, manejados por aquellos que disfrutaban la discreción de un cielo estrellado y coronado con la luna casi llena. Para bien o para mal, era una carretera lo suficiente escasa de gente como para avanzar mucho más rápido de lo que a Lucas le hubiese gustado.

―Ya vamos a llegar ―indicó Alan, mucho más tranquilo que antes pero igual de absorto en lo que fuese a pasar.

Lucas asintió y prefirió no hablar hasta bajar del coche.

La oscuridad en aquel lugar contrastaba mucho con la imagen que uno normalmente esperaba a horas donde el sol estuviese presente. El taxi los condujo hasta un punto neutral de la zona que se le conocía como Los delfines. Ahí, se señalaba la parte sur de la playa Miramar, con una fuente que aludía en decoración al preciso nombre de esos animales. Al bajarse del transporte, ambos muchachos quedaron impactados con creces, pues la escasez de luz que había rumbo a la parte de las palapas era total; parecía que se los tragaría por completo si entraban en ella. Muy en su interior, habían contado con que hubiese algo que iluminara el lugar por las noches.

―¿Habías venido antes a la playa a estas horas? ―preguntó Lucas, dudoso.

―Sí, pero se me olvidó lo oscuro que estaba.

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