Capítulo 28 - Dejar ir

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El cielo tiene un color plomizo, en el ambiente se percibe la humedad, parece que va a llover, lo que no impide que los últimos rayos de sol tiñan las nubes del horizonte de un color naranja intenso, mientras camino por un sendero de tierra rojiza...

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El cielo tiene un color plomizo, en el ambiente se percibe la humedad, parece que va a llover, lo que no impide que los últimos rayos de sol tiñan las nubes del horizonte de un color naranja intenso, mientras camino por un sendero de tierra rojiza que me aleja del pueblo. Y por una breve fracción de segundo, hasta me permito admirar semejante paisaje de belleza insolente. Es entonces cuando me doy cuenta de que llevaba tantos días encerrada en ese hospital, en esa burbuja de paredes blancas y olor a antiséptico, que hasta había olvidado lo hermoso que es un atardecer aquí. Pero la voz de Mark sonando a mi espalda me arrebata esa sensación.

—¿Qué pasa? ¿Quieres llegar al Zaire?— Ignorando por completo su intento de resultar chistoso, continúo mi camino tratando de alejarme de él.

—Déjame en paz Mark— Pero como era de esperar, no se da por vencido.

—No— Replica con firmeza al tiempo que detiene mis pasos agarrándome de un brazo y haciéndome girar hasta que quedo frente a él y su mirada recriminatoria —¿Se puede saber qué te ha pasado ahí dentro?— Inquiere molesto. Qué típico en él. Nunca soportó que le llevara la contraria en nada, y menos dentro de un hospital. Furiosa, me libro de su agarre para responder a tan absurda pregunta.

—¿Se puede saber qué te ha pasado a ti?— Le reprocho recordando aún cómo hurgaba en la ropa del herido en lugar de centrar sus esfuerzos en detener las hemorragias.

—¿Te lo tengo que repetir? No tengo por qué salvar a un asesino, es desperdiciar recursos— Su contestación suena tan patética que no me puedo callar.

—¿Pero cómo sabes que es un asesino, porque encontraste un cargador en su bolsillo? ¡Eso no explica nada!

—¿A no? ¿Y para qué lo tenía entonces?— No se me ocurre ninguna explicación exculpatoria que justifique el hecho de que llevara un cargador encima. Pero al hospital llegó desarmado, y a ese argumento me aferro.

—Muy bien, ¿Y dónde está la pistola, ya que tanto sabes?

—¿Se le calló cuando le dispararon quizás?— Replica con autosuficiencia, convencido de su versión, lo que me hace dudar, porque de ser así tendría sentido. Aprovecha mi desconcierto para añadir— Me apuesto lo que quieras a que si le tomo muestras de las manos encuentro pólvora— No puedo más, me desespera. Cansada de su prepotencia, corto por lo sano.

—¡Me da igual si ha disparado un arma o no, nuestro deber es salvarle la vida!

—Pues a mí no me da igual, porque no quiero desperdiciar con él material y tiempo que puedo invertir en salvar a una víctima— Vuelve a insistir sin ni siquiera pestañear.

—¡Pero Mark, hiciste un juramento cuando te hiciste médico, tienes la obligación de cumplirlo!

—Te equivocas, no estamos en Francia. Y hasta en Francia teníamos que seguir un protocolo cada vez que entraba un herido de bala en urgencias— Su obstinación y su falta de empatía me desquician.

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