Capítulo 23 (Maratón 2/3)

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—No tienes que hacerlo

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—No tienes que hacerlo.

Esperaba no lo repitiera porque mi convicción no era tan fuerte. Desde que habíamos tomado el avión tenía claro lo primero que haría al volver, aunque el plan no me entusiasmara.

—No hablaría muy bien de lo mí, dejarte en casa, limpiarme las manos y fingir que nada pasó, ¿no? Vamos, soy un cobarde, pero hay niveles —comenté fingiendo divertirme hasta que lo analicé—. Aunque posiblemente después de esta charla no pueda volver a hablar —murmuré al divisar su casa.

Entablar una conversación con sus padres no era precisamente lo que pedí de cumpleaños, pero consideré que al menos debía presentarme. No creí correcto dejar que Pao cargara con toda la responsabilidad, después de que la convencí. Así que mi idea era explicarles mis intenciones. El que nada debe nada teme. No habíamos ningún cometido delito. Además, creía que sus padres apreciarían más a un hombre que al equivocarse intentara enmendarlo o apoyarla en lo que ella decidiera. Sí, seguro que sí, me repetí.

Eso esperaba, pensé dejando la filosofía a un lado cuando al fin avancé por el jardincito delantero del patio que conducía a su casa. Todo esa convicción que había acumulado en el camino se disolvió al ver la puerta abrirse tras un toque. Había elegido el camino de la muerte.

—Mi niña, al fin estás de vuelta —celebró su madre recibiéndola con un enorme abrazo al encontrarse con su rostro. No la dejó ni hablar, estrechándola con fuerza en sus brazos—. ¿Todo salió bien? —preguntó curiosa, alejándose un poco para verla a los ojos. Asintió con una sonrisa—. Me alegro tanto, tienes que contarme todos los detalles, pero ahora no que no tarda en regresar tu padre y no está de muy buen humor —murmuró.

Quise vomitar. Aunque no lo mencioné en voz alta, supongo que cuando la mente grita otros pueden percibirlo. Su madre notó que no estaba sola, me miró extrañada con esos ojos que Pao había heredado. Sin palabras le preguntó a sus hijos qué demonios hacía ahí, tal vez pensó que venía a pedir posada. Carraspeé, armándome de valor antes de ofrecerle mi mano.

—Hola, señora —la saludé fingiendo naturalidad. Casual—. Yo deseaba hablar con ustedes. Nada grave —aclaré a la par de una risa que lo empeoró—. No crea que vine a avisarles que pronto nos buscará la policía —mencioné en una broma que no salió del todo bien—. Deberíamos olvidar lo último. Empezaré de cero, con otro nombre, como la estrategia que le apliqué al oficial —murmuré divertido. Mal. Aborten misión. Aborten misión.

Su expresión no cambió, consideré que no me estaba explicando bien. Los dos nos quedamos con cara de ¿qué demonios hago ahora?, entonces la risa de Pao rompió la creciente tensión.

—Quiere hablar con ustedes sobre el viaje —explicó Pao con una sonrisa. Entonces su madre al fin captó la idea, pero no borró la sorpresa.

—Bien —aceptó, luego se giró a su hija—. Tú ve a dejar tus cosas a tu habitación y prepararé porque tu padre quiere hablar contigo, mientras yo hablaré con este muchacho.

El club de los rechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora