Capítulo 7

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Mis ojos permanecieron clavados en la puerta

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Mis ojos permanecieron clavados en la puerta. Era incapaz de concentrarme, lo intentaba un minuto y volvían a terminar en el mismo punto. Un caso perdido, acabaría arruinando el aparato o torciéndome mi cuello. Cualquiera de las dos sería un accidente imperdonable.

—¿Estás esperando a Pao? —Mamá me atrapó. La pregunta me tomó por sorpresa. Reí negando con la cabeza ante su teoría.

—No. Hoy es un cumpleaños, no vendrá —le avisé. Ayer le comenté no asistiera para que pasara el día con su familia. La noticia le hizo feliz y aquello me hizo doblemente feliz. Todos contentos.

—No lo sabía, felicítala de mi parte —me pidió mi madre, sintiéndose terrible por el despiste. A ella esas cosas sí le interesaban.

—Ya es tarde. Le escribí apenas me levanté —conté. Ella me dedicó una mirada extraña, reconsideré mi respuesta para no hacerla enfadar, aunque no sabía qué había hecho mal—. Podría volver a decírselo en un rato —opté.

Mamá asintió pensativa antes de regresar su atención a contar el dinero. Fue una pena que esa fase durara un minuto antes de que una cliente la interrumpiera. Yo que la reconocí con un vistazo no retuve la sonrisa. Por un momento pensé no vendría, y tenerla frente a mí me emocionó como un niño. Laura la saludó, mas fijó sus brillantes ojos en mí. Despedí cualquier pizca de inteligencia.

—Yo la atiendo si quieres —comenté en voz alta. Era mi manera de decirle que necesitaba estar con ella. Mi madre, que no tenía un pelo de tonta, lo entendió. Giró para regalarme una advertencia.

A ella no le agradaba mucho Laura. No la odiaba, simplemente le desagradaba por una tontería. La tontería era que hijo estaba enamorado de ella. Y no sabía la razón, a mamá nunca le molestó que tuviera novia. Aunque, para su tranquilidad, las posibilidades que sucedieran eran mínimas.

—Hola —la saludó sin contenerme. Ella debió notar que estaba emocionado como un imbécil porque me sonrió con ternura—. Disculparme por lo de ayer. No estaba en casa. Salí con Pao, fue su cumpleaños —me justifiqué sin razón. Es decir, no me estaba pidiendo explicaciones, pero se las di porque soy estúpido. Así de simple.

—No te preocupes. Fue una tontería llamarte tan tarde. No quería molestarte —dijo. Quise hacerle saber que no era una molestia cuando lanzó lo que vino a buscar—: ¿Todavía sigue en pie la oferta de charlar?

—Siempre estará en pie —respondí sincero. Cuando ella lo necesitara. Ella me agradeció con una débil sonrisa.

—Quería pedirte un consejo... —inició, dudando. «Mala suerte». Habiendo tantas cosas en las que podía darle una mano tenía que ser justo lo que se me daba terrible. Ni siquiera era capaz de lidiar con los problemas que llevaba cargando por años, qué sabría resolver los de otros. Asentí solo para no desairarla—. ¿Qué haces cuando quieres algo con todo tu corazón, pero tenerlo te hace daño? —soltó de golpe, sin presentarme una introducción.

El club de los rechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora