Estaba seguro que había una solución, además de destrozar la puerta, llamar a un cerrajero o arruinar la noche libre de mi madre, pero honestamente no se me ocurrió ninguna. Necesitaba un poco de inspiración, así que rogando porque las ideas fluyeran, les pedí a los otros un minuto para pensarlo. Sin embargo, de eso había pasado una hora y para ese punto, luego de terminar con la comida, me encontraba más entretenido en la batalla de Hectorín y Nico que parecían jugarse la vida en el tablero. Me gustaban esa clase de competencias, donde se apostaba todo por el todo.
—Seguro que las chicas se la están pasando mejor.
Me sorprendió Álvaro atrapándome concentrado en los niños. Pude inventar que estaba improvisando una estrategia, pero era tarde. De todos modos, no pareció juzgarme, hasta arrastró una silla para sentarse a un costado buscando un lugar en primera fila.
—Pero ellas tienen a Tía Rosy —argumenté. Era imposible aburrirse si entraba a la ecuación—. Debimos pedirle se uniera un rato...
—No, gracias —respondió tajante, negando sin dudarlo, haciéndome reír. A veces olvidaba lo bien que se llevaban. El silencio reinó un instante antes de que volviera a hablar, entonces entendí no había terminado ahí por casualidad—. A mí no me sorprende que estés con Pao —comentó de pronto. No contesté, digiriendo su comentario—. Parece una chica de buen corazón y tú también.
—Vaya, eres el primero que lo dice —admití aletargado. Sonreí al analizarlo a fondo—. Que creas soy una buena persona —aclaré—, lo de Pao se entiende.
—Bueno, Miriam me contó que cuando falleció el papá de Alba te quedaste con ella y Nico casi hasta que regresaron a casa, y en el funeral hiciste lo mismo —mencionó. Evadí su mirada, hace mucho tiempo de esa noche—. Noté que te esforzaste por hacerlo sonreí. Aunque tú no lo creas verlo tranquilo fue un gran consuelo para Alba... Además, también ayudaste a Pao cuando no sentías nada por ella —añadió. Sí, bueno...—. Por mi parte, recuerdo que cuando Alba y yo nos distanciamos tú fuiste el único que me escribió para animarme, aunque fuera un poco en broma —remarcó—. Creo que teniendo en cuenta todo esto, podrías aplicar para el concepto de una buena persona.
Fingí no prestar atención a sus palabras. No me gustaba que la gente notara lo que hacía, ni que le diera más importancia de la que tenía. Me esforzaba porque mis acciones fuera tan naturales que ni siquiera las percibieran. El término buena persona, por desgracia, no podía combinarse con algunas que estaban en mi sistema. Una buena persona sabe perdonar, pero yo no podía.
—Lo sería más si él angel de mi hombro no se tomara vacaciones con tanta frecuencia —intenté romper la melancolía con una broma. Esa era mi especialidad. Él pareció notarlo porque sonrió.
—No podemos ser buenos siempre, lo importante es serlo cuando otro lo necesita —concluyó con sabiduría, pero no estaba seguro de ese concepto. Las personas como Pao y Álvaro pueden hablar sobre la bondad con mayor facilidad, son optimistas y generosos por naturaleza, tienen buenos corazones. El resto sabemos que ganarse ese título no es tan sencillo, pero claro que no es una queja, esa clase de gente te da cierta esperanza.
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El club de los rechazados
RomanceUn inesperado accidente cambió la vida de Emiliano. Abrumado por la soledad decide descargar una aplicación que jura arreglar sus líos amorosos. Funciona. La mujer que ha amado en secreto por años comienza a mostrar interés por él, una buena notici...