Capítulo 29

3.3K 734 1.1K
                                    

A pesar de que trabajaba con mayor eficiencia en su ausencia, y le aseguré que podía tomarse el tiempo que necesitara para recuperarse, admito que me sentí mucho más motivado cuando recibí un mensaje de Pao avisándome llegaría apenas solucionara u...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

A pesar de que trabajaba con mayor eficiencia en su ausencia, y le aseguré que podía tomarse el tiempo que necesitara para recuperarse, admito que me sentí mucho más motivado cuando recibí un mensaje de Pao avisándome llegaría apenas solucionara un pequeño problema en la universidad.

Siempre fui una persona que le costaba, para bien o mal, disimular lo que le producía entusiasmo. No diría que transparente, porque escondía con mayor facilidad lo que dolía, pero sí un fanático de la felicidad. Así que no fue difícil que mi madre notara mi sonrisa durante la jornada y bastó ver la mirada que me dedicó cuando la puerta se abrió para comprender que había dado con la razón.

—Mira que tenemos aquí —saludó a la chica que atravesó la entrada deprisa, soltándose el cabello—. ¿Qué te damos? —preguntó fingiendo que se trataba de una clienta más. Pao se acercó nerviosa al mostrador, mordiendo su labio, desconcertada por la formalidad.

—¿Tendrá un trabajo? —cuestionó tímida, en una duda que me pareció adorable. Mamá lo pensó, disfrutando que no había notado la broma. 

—No lo sé, tú que dices, Emiliano —me cuestionó a sabiendas seguía pendiente de la conversación. Ni me esforcé por negarlo.

—Que la pongamos de gerente —propuse con total solemnidad.

—Sí, el trabajo es tuyo, niña —respondió agobiada—. Yo necesito un descanso de este muchacho —agregó negando con la cabeza, dándole paso al interior antes de marcharse para no perderse su drama de la tarde.

Pao me regaló una angelical sonrisa por el comentario, antes de que un ladrido juguetón la distrajera. Una contenta Lila exigió su atención, dando saltos, como siempre que competía conmigo. Pao se la entregó sin condiciones, poniéndose de cuclillas para acariciar cariñosa sus orejas.

—Hola, bonita —la saludó con dulzura—. ¿Te has portado bien?

Estábamos hablando de Lila, la respuesta era siempre no, pero a nadie parecía importarnos. Sabía lograr lo olvidáramos. Era una perrita astuta.

—Te extrañó —le informé. Ella alzó su mirada encontrándose con la mía. No me refería solo a su ausencia física—, pero no más que yo —confesé sincero. Pao miró a otro lado escondiendo el sonrojo, echaba de menos esa reacción—. ¿Para mí no hay amor? —dramaticé.

Ella entrecerró sus ojos, lo pensó un instante antes de que se le escapara una sonrisa al dejar el suelo. Entonces, sin aviso, sus cálidas manos estrujaron mis mejillas como si fuera un perro. Reí ante su respuesta.

—¿Te gusta? —preguntó riéndose de mi mueca.

—Pues, podría estar mejor —admití de buen humor. Sin que lo esperara, esta vez yo atrapé sus manos para sentirlas entre las mías. Ella pegó un ligero respingo, mas no apartó sus ojos de los míos—, pero si tú me tocas no me quejo.

El club de los rechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora