Pao (Parte 2)

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Los planes cambian de último momento

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Los planes cambian de último momento.

Esa noche, por ejemplo, mientras terminaba de peinarme recibí un mensaje de Aurora para contarme que se sentía fatal, acababa de enterarse que el chico que quería desde que entramos a la universidad inició un romance con una de nuestras compañera. La noticia le pegó tan duro que no tuve el corazón para decirle simplemente lo siento y marcharme a festejar. Aurora era mi mejor amiga, la que me acompañaba en los momentos difíciles, no podía hacer menos. Así que a sabiendas necesitaba compañía, con todo el pesar de mi corazón, le respondí a Tía Rosy que no podría asistir cuando me envío la ubicación.

Para ser honesta no sé cómo, pero al final Tía Rosy mencionó que podría acompañarme a la reunión y cuando se lo propuse a Aurora, que estaba deseosa de escapar y distraerse, aceptó sin pensarlo. Bien o mal, cogí mi bolsa, me despedí de mamá avisándole a dónde y con quién iría, y tomé un taxi que me dejó a la entrada del bar. Era un lugar más íntimo que otros lugares que habíamos visitado antes, pero igual de ruidoso. Escuché la fuerte música desde que descendí del vehículo para encontrarme con Aurora que aguardaba impaciente en la entrada.

—¡Pao! —gritó para que apurara el paso y llegara a su encuentro, apenas estuve enfrente me dio un fuerte abrazo, le correspondí aunque me costó reconocer qué emoción predominó.

—Vaya, casi no te reconozco —comenté alegre al separarnos, admirándola. No era un cambio extremo, pero contadas veces eran las que solía usar tacones y faldas, siendo sus favoritos esos pants holgados que tenía en muchos colores—. Te queda muy bien.

—No te burles —mencionó, pensando mentía—. Quería sentirme como Regina George y terminé pareciendo Betty la fea —me contó encogiéndose de hombros. Reí ante su inusual comparación—. Olvidé que mi hermana es dos tallas más grande. Intenté hacerle pequeños ajustes. ¿Qué descubrí? Primero, nunca seré costurera. Segunda, mi hermana odia prestar su ropa —enumeró a la par de un escalofrío. Apreté mis labios para no reír mientras decidimos adentrarnos al sitio—. No sabes como te envidio, tú siempre usas ropa como sacada de una revista.

Se me escapó una risa, pero la verdad es que esa noche había escogido de lo más bonito que tenía en mi armario. Una blusa de finos tirantes al ras de la cintura, de un celeste precioso con un adorno de lazo a la altura del pecho y una falda de campana negra. Estaba orgullosa del resultado.

—El mérito es de mamá, tiene buen gusto —admití—. Además, una de sus amigas es una costurera maravillosa y su hija sueña con algún día convertirse en diseñadora. Les muestro lo que me gusta, ellas me ayudan a volverlo realidad a un buen precio y ajustándolo a mis medidas —le compartí mi secreto, encogiéndome de hombros. En realidad la magia la hacían ellas—. Si quieres puedo pasarte el número. Ambas son muy amables. Hilda es un encanto de mujer.

—Para ti todo el mundo es un encanto —me acusó, abrí la boca para protestar, pero tuve que darle la razón. Era uno de mis peores defectos—. Incluso el tonto de Yoel —comentó de mal humor.

El club de los rechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora