Diario de Pao

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Una vez mamá me dijo que cuando estuviera abrumada anotara en una hoja todas mis emociones, que eso ayudaría a disiparla

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Una vez mamá me dijo que cuando estuviera abrumada anotara en una hoja todas mis emociones, que eso ayudaría a disiparla. Culparé a esa charla de mis aspiraciones de convertirme en escritora.

Este día en especial es imposible cerrar los ojos, incluso cuando ayer apenas pude dormir. Mi corazón lateo con fuerza en mi pecho, lo escucho resonar en el eco de la noche. Necesito alguien me escuche, liberar lo que se estanca en mi cabeza y no conozco mejor consejero que el papel. 

Sabía que era una mala idea trabajar con Emiliano, lo supe desde que me lo propuso en la fiesta de Nico. Estaba esa vocecita molesta que repetía: ¡Es un desastre, Pao! Aún estás a tiempo de salvarte. Quise hacerle caso, conociendo tenía la razón, pero no pude. Siempre que estaba por negarme o inventar una excusa aparecía su rostro en mi cabeza y toda mi fuerza de voluntad desaparecía. Eso no borra mi culpa, solo intento explicármelo. 

Esta mañana apenas le presté atención a las clases. No dejaba de pensar qué haría cuando lo tuviera enfrente. Lo malo de tener una imaginación viva es que nunca te da un descanso, plantea muchísimos escenarios, la mayoría catastróficos. Una buena herramientas para mis libros, pero pésima para enfrentar al mundo.

Fue una fortuna que la maestra no me diera más tiempo para enredarme en mi mente y detuviera un minuto antes de salir. Quería charlar sobre su reciente divorcio, lo cual la tiene bastante desanimada. No fue precisamente que me llamara como su consejera, nadie lo haría, solo que mientras revisaba mi trabajo me compartió que Croqueta, su perro, ha resentido el cambio. Los animales, al igual que las personas, experimentan las consecuencias del adiós. Nunca es sencillo despedirnos de lo que amamos.  Sentí mucha pena por ella, pero tampoco fui capaz de decírselo. Lo único que hice, cuando me pidió disculpas por desvariar, fue ofrecerle mi ayuda si la necesitaba.

Soy una cobarde. Lo comprobé mientras caminaba por la acera que daba al negocio. Mis piernas temblaban como estuviera a punto de enfrentarme a mi fusilamiento. Regresé un par de veces considerarme rendirme, pero recordé mi promesa. No podía fallarle. Respiré hondo intentando llenar mis pulmones de valor.

Dios, me puse tan nerviosa solo de imaginar que estaríamos solos que casi me golpeé con la puerta al empujarla. Y como si mi corazón necesitara otra razón para tener una crisis, Emiliano sonrió. Sé que es una chiquillada, pero no sé qué pasa con mi razonamiento cuando sonríe, es como si todo mi inteligencia se fuera al caño. Para mi mala, o buena, suerte lo hace todo el tiempo. Lo conocí sonriendo, no recuerdo otra forma en que viva.

La única vez durante la tarde cuando se borró ese gesto fue al contarle el incidente de hace unos días. Sé que estuvo mal. El primer paso para que otra persona empiece a tener importancia en nuestras vidas es hacerlo participe de lo que sentimos. En realidad se lo comenté para que me dijera que era una tontería, que no debía llorar, intentando entrenarme para ser más resistente, pero hizo todo lo contrario. No solo me entendió, sino que aseguró que él nunca dudaría de mí. No debo ilusionarme por esa sencilla frase, mas había tanta honestidad en su voz y mirada, que por un segundo pensé era especial.

Por fortuna un segundo bastó para sentarme en la realidad. Emiliano es amable conmigo, al igual que con todo el mundo. Una mirada a Laura fue suficiente para saber apreciar las diferencias.

Hoy la conocí. Fue el peor momento del día. Sabía perfectamente que él estaba enamorado de ella, solía decirlo con frecuencia, pero presenciarlo fue un reto. Si tú pudieras ver como la miró entenderías porque perdí toda esperanza. Fue como estar en medio de uno de esos capítulos que escribo donde mis protagonistas declaran sin palabras cuanto se quieren. Algo se estrujó en mi corazón al descubrir nunca dejaría de ser su espectadora. 

Laura es una chica guapísima. Ni siquiera podría competir con ella, tampoco quiero hacerlo. Parece una buena persona, al menos conmigo fue amable y paciente, tiene una personalidad agradable y sabe corresponder a sus bromas. ¿Ya dije lo guapa que era? Sé que es una tontería superficial, pero quiero ser honesta al menos aquí, no pude evitar sentirme a su lado como un renacuajo. Llegando a casa me miré al espejo. Mamá siempre dice que no debo preocuparme, que debo aprender a quererme. Sé que tiene razón, las personas no deberíamos angustiarnos por cómo lucimos, pero no es tan fácil. Los libros motivacionales son esperanzadores, pero como manuales de vida pocas veces funcionan.

Dana me confesó que el primer día que visité la veterinaria pensó que era una chica de la preparatoria que quería ver los canarios por medio del cristal. Me aconsejó que usara otro tipo de ropa, que me peinara distinto o usara otros tonos de maquillaje para parecer un poco mayor. Sé que lo hace con la mejor intención, pero no me veo en ningún otro estilo. No puedo dejar de ser Pao.

Tal vez por eso Emiliano jamás dejará de verme como si fuera su hermana pequeña. Estoy aceptándolo, creo que es mejor así, desilusionarme de una vez por todas. ¿Se escucha bien, verdad? Lo he escrito en mi libreta de frases de novela. Eso diría un personaje maduro, seguro de sí mismo y con un autoestima sin agujeros. En mi caso lo único que logré hacer fue sonreír cada que él lo hacía y soltarle que se parecía a mi protagonista.

Me arrepentí enseguida, pero fingí determinación para no exponer que hablaba de él. Quiere leerme, me lo ha pedido un par de veces. La respuesta es no. Siempre será no. Una parte de mí se moriría por saber su opinión, porque un "no lo haces tan mal" de sus labios sería el mejor regalo, pero si me atrevo a cometer esa locura descubriría más de la cuenta. Soy tan evidente que ni siquiera soy capaz de camuflajearlo.

También lo he invitado a mi cumpleaños el sábado. Prometió no faltar, sé que lo cumplirá. Como también sé que desprenderme de él no significa precisamente buscar el vestido más bonito para esa noche, ni detenerme en esa tienda de accesorios para comprar broches lindos que él ni siquiera notará. Lo sé. Lo sé. Lo sé. ¿Se puede ser más tonta? Me parece que es pronto para responder esa cuestión. 

La derrota está declarada, pero seguiré jugando. Después de todo, una vez leí que un corazón roto siempre viene acompañado de inspiración. Ella convierte la monotonía en arte. No seré la primera, ni la última, que transforme sus heridas en una galería.

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El club de los rechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora