Capítulo 6(Parte 2)

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Lo único malo de que todos tus amigos se casen o tengan hijos es que sus prioridades cambian

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Lo único malo de que todos tus amigos se casen o tengan hijos es que sus prioridades cambian. Es parte de la vida, supongo, que a medida que los años pasen quieran avanzar. Claro que eso no quitaba me sintiera cada vez fuera de lugar. Es decir, me alegraba por ellos, verdad que sí, pero al mismo tiempo empezaba a sentirme que me quedaba atrás.

Lo que me gustaba al inicio del club es que todos éramos unos fracasados, casi resignados a quedarnos solteros para siempre. En ese triste grupo encajaba bien. En el de matrimonios no entendía nada, menos en el de hijos, y tampoco me esforzaba por hacerlo porque jamás lo necesitaría.

Así que cuando me despedí de Álvaro y Alba, que debían volver a casa porque los niños tenían sueño, o de Miriam y Arturo, que decidieron marcharse por la paranoia de él de no conducir de noche (conociendo lo malo que era al volante), descubrí que en unos años más, cuando Pao encontrara a un chico que la hiciera feliz, me quedaría solo. O parcialmente, porque Tía Rosy parecía no tener deseos de abandonar su soltería.

Por desgracia, pese a sus ganas de pasar la noche entera en celebración (no desaprovechaba la oportunidad de estar fuera de casa, incluso si no se vendía una gota de alcohol), le avisaron que uno de sus medios hermanos había enfermado. No sabía la historia de su familia, mencionó que un día nos la contaría porque era digna de una novela. La noticia menguó su alegría, aunque nos aseguró no existía razón de preocuparse, el hombre tenía una salud envidiable. De igual modo, sin importar el optimismo, decidió retirarse. Si empeoraba la situación, mañana tendría que viajar temprano a Montemorelos. Según sus propias palabras, no le gustaba llegar tarde a ningún velorio. Una broma para disipar la tensión.

Pao le pidió nos llamara cualquier cosa que necesitara, aunque no sabía de qué serviríamos, ¿prepararíamos el café? Porque no me gustaba presumir, pero se trataba de uno de mis pocos talentos.

—Espero que esté bien —mencionó Pao angustiada. Sonreí al escucharla. Ella siempre se preocupaba por todos, incluso cuando lo demás no lo mereciéramos.

Se sentó frente a mí distraída, con historias tejiéndose en su cabeza. Dentro de lo malo me gustó volver a charlar con ella, durante la noche había andado corriendo de un lado a otro atendiendo a sus invitados.

—Lo estará —le aseguré intentando disipar su temor—. Te aseguro que nadie escaparía en paz de la Tía Rosy. En el infierno debe haber más de una decena como ella, es preferible quedarse donde solo hay una —bromeó ganándome una genuina sonrisa. En realidad, a mí sí me agradaba la idea de un universo con un centenar igual. La diversión estaba garantizada.

Su sonrisa desapareció al percatarse de que la aparición de alguien entre los dos. «Otra vez invitados», reí cuando Pao se puso de pie para recibirla. Se trataba de una chica joven, más o menos de su edad. La había visto durante la noche, parecían ser cercanas. 

—Debo volverme a casa, papá me está esperando afuera. Feliz cumpleaños, Pao. ¿Te veo el lunes? —preguntó rápido. Admiré su capacidad de hablar a esa velocidad, sería un peligro en mi caso. Pao la abrazó agradeciéndole por su compañía.

El club de los rechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora