Capítulo 49 (Parte 2)

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—Alba, ¿sabes que Miriam y yo queríamos que tú fueras la madrina de Aliz?  —le pregunté alegre Arturo mientras la contemplaba meciéndola en sus brazos

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—Alba, ¿sabes que Miriam y yo queríamos que tú fueras la madrina de Aliz?  —le pregunté alegre Arturo mientras la contemplaba meciéndola en sus brazos. Esa paz que la envolvía se esfumó al escucharlo.

No sé por que se sorprendió, después de todo, ambos la querían como si fuera parte de su familia. Alba vivió un tiempo en el departamento de Miriam y sentía una adoración callada por Venado, pese a sus descalabros. A él era el único que se los toleraba.

—Ni siquiera me lo han pedido —alegó extrañada.

—Ya sabía que había olvidado algo —reconoció de buen humor. Alba negó escondiendo una sonrisa. Él nunca cambiaría—. Ahora lo sabes, pero según sé no se puede porque ustedes no están casados por la Iglesia. 

—Tienes razón, pero creo que es mejor así —respondió sincera—. Es decir, no sé si yo sea la persona ideal para guiar a otra por el "buen camino" cuando ni siquiera sé dónde queda eso —aceptó riéndose un poco de lo lejos que estaba de encajar en el molde.

—Eso sí que sería innovador —comenté—. Apuesto a que eras el diablito en todas las pastorelas —lancé, acertando. Su sonrisa culpable me lo confirmó.

—El cabello rojo —se justificó, encogiéndose de hombros.

—Y la actitud era un complemento —deduje.

—¿Qué te digo? Me apasiono con mis personajes —destacó.

Reí porque sí la imaginaba como una niña traviesa, de las que mandaban a unos cuantos compañeros al hospital. Solo Dios sabría cuantos dientes habría tumbado, en una de esas era ayudante del hada de los dientes.

Arturo nos confesó que odiaba las representaciones de teatro porque lo usaban como el recurso cómico cuando él siempre quiso interpretar un personaje más dramático. Por suerte, la vida lo recompensó y le dio tanto drama que no necesitó tablas para protagonizar su propia tragedia.

Pude quedarme toda la noche escuchando la vida de Arturo, que parecía material para una comedia romántica, pero me distrajo un sutil movimiento en mi pecho. Contemplé a mi tierna Pao reacomodarse entre mis brazos, luchando en vano por mantener los ojos abiertos. Hace un rato que su voz había cesado y ahora se limitaba a escucharnos adormilada.

—Hey, guapa —la llamé bajando la voz suavemente para no asustarla. Ella se removió dejando claro me escuchó, pero no respondió—. Si quieres puedes acostarte en mi cuarto —propuse. Imaginé que estaría más cómoda que en el sofá. Sin embargo, obtuve el efecto contrario, eso bastó para que el sueño desapareciera de golpe, negó sin pensarlo, abandonando mis brazos. Escondí una sonrisa ante su tajante negativa—. Claro que yo no entraría —aclaré riendo por su preocupación. Despabilada sus mejillas se inundaron de un sutil sonrojo.

—No, no, gracias, ya es muy tarde —mencionó al recomponerse, acomodó un mechón antes de revisar la hora en su celular—. Será mejor que me marche a casa.

El club de los rechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora