31: Tuve un padre 🎮✔

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Sentado en la azotea, el viento mueve mis rizos y el frío ya no es tan agresivo como antes. Me gusta pensar que desde aquí no hay nada tan distante que se escape de mi vista, cuando no conocía a Eron en persona, pensaba que quizás si le decía que subiera al edificio más alto y alzara las manos, podría haberlo visto desde aquí... que ridículo fue todo aquello, no lo sé. No necesitaba subir a las alturas para ser visto, siempre estuvo allí.

Cierro los ojos e intento volver a aquella primera vez que lo vi, sin observarlo.

Las imágenes vienen a mi cabeza golpeándome con agresividad, intento organizarlas. Allí lo veo, unos años más joven: el cabello tan corto que ni siquiera parece su melena lacia, uniforme escolar y la mirada puesta en alguien detrás de mí... quizás en una de mis hermanas, pero yo lo miraba a él, porque es que es tan guapo que en cualquier otra línea temporal hubiera vuelto a atraerme de esta forma. Eron estaba allí el primer día que llegamos al edificio, iba saliendo para su colegio mientras que nosotros nos dirigíamos al ascensor con cajas en las manos... nos miraba extrañado, pero su interés duró poco cuando Dana llegó hasta él y lo tomó del brazo, le cuchicheó algo y ambos se rieron. Ese sentimiento vuelve a burbujear dentro de mí. Por breves segundos comienzo a sentirme de nuevo como el chico abandonado por su padre, el gay reprimido, el negro, el que Abdel rechazó... era todo eso la primera vez que vi a Eron Castillo, pero en ese entonces él no era el chico fragmentado, lucía un porte aristocrático. Eron se parecía a Polo de Elite, sin más.

Las imágenes dan paso a la siguiente escena: me encuentro frente al ascensor masticándome las uñas y alguien se posa a mi lado con prontitud, giro y nos sonreímos. Él lleva el cabello recogido en una cola, sus ojos brillan con entusiasmo, ni siquiera puedo recordar que sentí en ese momento, para ese entonces estaba enfocado en jugar a ser Sherlock o Nancy y encontrar a mi padre para que volviera con nosotros, volver a ver a mi madre feliz era la misión por la que estaba dispuesto dar mi vida.

— ¡No te muerdas las uñas —comentó, y allí escuché por primera vez su voz —, eso es asqueroso!

Arrugué la nariz, el tiempo se paralizó y estaba tan cabreado con ese desconocido que se atrevía a decirme que podía o no hacer. Eron es así, no importa como luciera, siempre es refinado... cada delgada y flacucha parte suya es tan fina que piensas que puede romperse y se rompió.

Estuve allí, cuando los Castillos lo trajeron a casa después del accidente. Para ese entonces habían pasado dos años desde el encuentro en el ascensor y creí que ni siquiera vivía en el edificio, pero lo vi. Eron llegó resguardado por sus padres: tenía una sudadera negra con capucha y sus ojos iban rojos, como inyectados en sangre. Antes de entrar me miró, discutía por teléfono con Maicol en el pasillo y Eron enfocó su mirada en mí, por primera vez en mi vida sentí que alguien me observaba con interés.

Sus ojos lagrimeaban, su cabello estaba disperso por todo su rostro y recuerdo haber notado los tajos en su cara, la piel abierta, rosácea y fragmentada...

Es como si hubiéramos estado destinados a encontrarnos, esa casualidad que pasa una y otra vez hasta que te das cuenta de que es una obviedad, debemos estar juntos... Eron y Ares, dos dioses que se aman en medio de guerras sentimentales, una batalla en la que estoy dispuesto a no fracasar.

Durante toda mi vida he sido tratado de forma diferente por el simple hecho de ser de color. Me encerraron en tantos casilleros que me volví uno de los que encierran, siempre era escogido de ultimo en todos los grupos estudiantiles y siempre lo supe, me iba a costar conseguir lo que quería siendo alguien negro, pero nada de eso iba a mejorar, empeoraría cuando el mundo supiera que era un negro gay. Y dicen que el racismo ya pasó de moda, que en un país líder como este nadie maltrata a nadie... pero eso no es cierto, sin embargo, el diamante se forja bajo presión y soy bastante consciente de que solo tengo dieciséis años, aún me queda mucho por sufrir y caer en colera por culpa del amor... puedo aguantar todo lo que la vida me depare.

— ¡Ares! —la voz de mi hermana se abre paso para sacarme de mis pensamientos.

Giro para encontrarme con Tamalha acercándose. Mi hermana mayor es guapísima. A sus veintiséis años ha logrado todo lo que ha querido: terminó la universidad, trabaja en una de las joyerías más prestigiosas de New York y sale a lugares carísimos con sus amigas blancas que usan carteras tan costosas como o más que la renta de nuestro hogar.

— ¿Ha pasado algo?

— Nada, Coco. Mamá ha llegado del trabajo y se preguntaba dónde estabas.

— No me llames así —me muerdo los labios —, solo él me llamaba así.

— Lo sé —se sienta a mi lado, toma uno de mis rizos entre sus dedos —. Hoy se cumplen cinco años desde que papá se fue.

— No me acordaba —miento, nunca se me va a olvidar esta fecha, está escrita con fuego en mi corazón —, no me importa, era un cabrón.

— Sabes que eso no es cierto —escucho como los latidos de su corazón aumentan.

A veces siento celos de Tamalha, tenía veinte años cuando papá se fue, así que lo recuerda mejor que ninguno de nosotros. Quizás por eso le dolió más, pero aun así podría reconocerlo sin dificultad, yo no había cumplido los once años cuando se despidió con intenciones de no regresar jamás... las cosas iban bien, no puedo entender cómo es que alguien decide dejar el amor de su vida de un día para otro y marcharse quizás sin explicaciones o tal vez las dio y mi madre las ha guardado para ella sola durante todo este tiempo.

— Papá era idéntico a ti, Coco —me abraza fuerte —, me recuerdas tanto a él, era así: terco, orgulloso y nos defendía a todos con valor. Recuerdo la primera vez que Adha y yo fuimos acosadas en la escuela por unas putas blancas, papi llegó allí con los ojos rojos del coraje, sus manos le temblaban y le gritó tanto al director y los padres de esas niñas que ambos se sintieron avergonzados por sublevarnos por el simple hecho de ser más pigmentadas que ellos... ni hablar de todas las veces que los trogloditas de tus hermanos pelearon en el barrio. Todas y cada una de ellas papi salía a la calle con un bate y los defendía.

— Pero se fue.

— Esa es la lección que aprendí a los veinte, todos se van, Ares —se coloca de pies, se plancha el vestido en satén —, no importa cuánto nos amen, ni siquiera interesa si no tienen otra cosa más en el mundo... las personas terminan yéndose, mientras más rápido aprendas la lección, menos podrán herirte.

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