04_Catalina

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—Tranquila Catalina que se te va a derramar la bilis.

—Cállate Ulises.

Acostumbrado a mis modos mi compañero de trabajo se encoge de hombros y se retira a su puesto en el área de mercería del local. Yo por mi parte en el área de papelería tengo que recoger el desastre ocasionado por los hijos de una clienta: los mocosos estuvieron corriendo sin control detrás del mostrador hasta que uno de ellos se tiró unas cajas encima, la otra derramo un frasco de diamantina, no conforme con eso me propino una patada en la espinilla cuando intente tomarla de la mano para devolverla con su madre, como me habría gustado retorcer su pequeño cuello.

Al agacharme para recoger la mercancía siento un dolor punzante en la espalda ¿será por la pelea que tuve con la entrometida de María Elena?

No sé cómo fue que perdí el control, mira que pelearme así en la escuela ¿qué habría hecho si me expulsaban?, ¿en que estaba pensando? pero la culpa la tiene la renacuaja esa, su estúpida carta y su aún más estúpida amiga: la mal teñida boca floja ¿por qué tuvo que mencionar lo del "escándalo"? El coraje al recordar el suceso que detono todos los rumores sobre mí, hace que me hierva la sangre, por más que trato de evitarlo un nudo se forma en mi garganta y mis ojos comienzan a cristalizarse, «Maldición, ¡supéralo de una vez Catalina».

El sensor de la puerta me hace voltear para atender un nuevo cliente, rápidamente me tallo los ojos para borrar cualquier rastro de debilidad.

—Bienvenida ¿en que puedo... —no puede ser —ayudarte...

—¡Catalina! ¿Trabajas aquí?

De todos los estudiantes de La Vasconcelos tenías que ser tú quien entrara a este local ¿Qué no hay más "papelerías mercerías" por aquí?

—No Liliana Suárez Flores, estoy aquí por recreación.

Ante mi sarcasmo la renacuaja no hace más que sonreír nerviosamente ¿Qué no fui clara cuando dije que no la quería volver a ver? quisiera echarla a patadas, pero no puedo hacer eso, como sea es una cliente, no me puedo dar el lujo de poner en riesgo mi empleo de medio tiempo por su culpa.

—¿Qué necesitas? —aunque traté de evitarlo el tono de mi voz fue bastante duro.

—Ah... yo... necesito hilos.

—De ese lado digo señalando el área de mercería —Esta mocosa es tonta ¿no pudo dirigirse a ese lado desde un principio? Qué afán de molestarme ¿acaso vino a burlarse?, ¿y porque rayos pone esos ojos de cachorro triste cuando me mira? No cabe duda que es una mustia, si está intentando otra de sus bromitas esta vez no me va importar que me expulsen si es por darle su merecido.

Qué asco de mañana: clientes molestos y para rematar la renacuaja. Tal vez pueda descansar por la tarde en clases.

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—Pero chicos, ¿Es que nadie va a ayudar a su compañera?

Cuestiona extrañada la profesora de Literatura al ver la antipatía de mis compañeros mientras yo batallo yendo de un lado a otro cerrando cortinas y acomodando el proyector para exponer.

—¿Por qué? Ella no necesita de nadie, solita puede —murmura Abigail con sorna, me tomo un segundo para lanzarle una mirada de «púdrete».

Liliana se levanta solicita terminando de correr las cortinas faltantes sentándose después tras la laptop con intención de asistirme pasando las diapositivas mientras expongo. Seguro quiere ganar puntos con la maestra, no cabe duda que es una mosca muerta. No me sonrías boba, no te pedí que me ayudaras.

Nadie presta atención a mi exposición sobre el Boom latinoamericano, «qué más da, Ignóralos Catalina, termina con esto de una vez» cuando abro la boca para proseguir el sonido de un celular me interrumpe ¿en serio? ¿quién fue el zángano descarado que no silencio su celular?, pues peor para él, los profesores decomisan los teléfonos por cualquier nimiedad.

—¡Ups, perdón chicos! Es que es una llamada importante que debo responder.

La profesora sale para atender la llamada. Antes de que la puerta se cierre tras ella, se alcanza a escuchar un: "¡Hola mi cielo!", ya veo cuanta importancia.

¿En qué diapositiva me quede? miro hacia la pantalla del proyector quedando frente a la imagen de Julio Cortázar, quisiera intercambiar lugar con él, así habría muerto antes de que cualquiera de estos zoquetes hubiese nacido ¿qué rayos fue eso? siento algo en mi cabello ¿de nuevo? me giro hacia la clase para investigar, Suárez limpia con asco la pantalla de la laptop, no puede ser... nos están atacando con cerbatanas de lapicero cargadas de bolas de papel ensalivado, ja, ja... qué monos como en la primaria...

¡DE VERDAD QUE SON SUBNORMALES! ¡IDIOTAS!

¡Ustedes lo pidieron cretinos! en cuanto la profesora regresa al salón, pongo en marcha la revancha:

—¿Profesora puedo sacar al que no preste atención?

—No Catalina, no podemos hacer eso.

—Tiene razón profesora —digo de manera zalamera —además salirse de clase es más un premio que un castigo —la profesora asiente totalmente de acuerdo —entonces ¿Qué le parece si por cada respuesta incorrecta que me den les deja un trabajo complementario para reforzar conocimientos?

—Esa es una buena idea.

La inconformidad se hace presente en forma de patéticas quejas:

—¿Qué? ¡No!

—¡Qué lo haga ella si tanto le gusta hacer tarea!

—¡Ash! ¿Por qué Profesora?

—¡Eso no se vale!

Ternuritas ya deberían saber que las quejas no sirven de nada, ¿qué no aprendieron nada de Estadística, bobos?; a los profesores les encanta reafirmar su autoridad, no toleran que les lleven la contra.

23 minutos después de un interrogatorio despiadado por mi parte, más de la mitad del salón tiene trabajo extra para entretenerse en casa, entre ellos la mal teñida, a la renacuaja la eximí del interrogatorio, que lo consideré un pago por sus servicios. No me gusta deberle nada a nadie. Abigail, una de las afectadas (obviamente pues no es ninguna luminaria) me mira con la intensidad propia de un maniaco, como si de verdad estuviera intentado destruirme con la mirada. Sigue intentando campeona.

Cuando las clases terminan y comenzamos a salir del salón recibo algunos empujones. Maduren bobos, perdieron la batalla, en el futuro les aconsejo que no empiecen algo si no van a atenerse a las consecuencias.

—¡Catalina! —esa vocecita molesta...

—Déjame en paz Suárez.

—Yo quería decirte que...

Sin esperar a que termine de hablar acelero el paso dejándola atrás.

Día de perros... estoy agotada, los parpados se me cierran; entre el trabajo, la escuela y la tarea extra para Estadística casi no he dormido esta semana. Ese beodo pseudo profesor ha cumplido su palabra: cada avance que le presento es revisado con lupa, pero hasta ahora no ha podido bajarme ni una décima, es satisfactorio ver su cara de frustración. Paso a los lavabos antes de irme para enjuagarme la cara esperando espabilar un poco, froto mi rostro con fuerza para ahuyentar el sueño, pero el agua no está siendo efectiva, sin embargo, el siguiente grito sí que lo es:

—¡Por que no te quedas a dormir ahí dentro tortillera!

Tras esa sentencia la puerta de los baños es azotada violentamente cerrándose por fuera, corro a forcejear inútilmente con la manija.

—¡Abran la maldita puerta!

Afuera solo se escuchan burlas y risas alejándose ¿cómo voy salir a de aquí? ¡por la ventana! es pequeña pero tal vez quepa ¡maldición! tiene protectores, debo pensar... a ver el conserje ya se habrá ido, pero está el velador ¿cuál era su nombre? mi esperanza se apaga cuando las luces lo hacen ¡acaban de bajar el swicht! ahora estoy a oscuras. Es de noche, estoy sola, encerrada en un baño oscuro en la escuela vacía.

¿Es que voy a pasar la noche aquí?

¡Estúpida carta! ¡estúpido corazón!Where stories live. Discover now