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Víctor

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Víctor

¿Cómo conocí a mi novia? ¡Uf! Todo comenzó en unos inter-semestrales. Durante ese periodo vacacional, cierta compañía telefónica, ubicada dentro de la principal plaza comercial de este pueblito, contrata estudiantes como edecanes. Fue ahí donde la vi por primera vez: una despampanante edecán promocionando planes y teléfonos celulares. Mentiría si dijera que la belleza de la chica no fue lo primero que me atrajo, sin embargo, mi interés no habría pasado a más de no ser por la fascinante energía que emanaba de ella. ¡Esa chica era feroz! Ella derrochaba puro estilo.

Se convirtió en mi nueva diversión ver como cada patán deleznable, que se acercaba a ella con la ridícula pretensión de conquistarla, era bateado de forma épica. Un espectáculo satisfactorio ese de los egos desinflados. Pero por más entretenido que era el asunto, no me apetecía para nada convertirme en uno más de esos zoquetes rechazados. Y como, ni mi mami, ni mi papi criaron a ningún tonto, me dije: "Víctor, campeón: te ganas a la hermanita; te ganas a la chica".

¡Oh! la "hermanita" una pequeña niña que pasaba a recoger a su cautivadora hermana mayor después de su turno. Yo le calculaba a esta chiquilla unos 12 o 13 años. Quien sabe, igual y hasta era más chica, pero alta para su edad. Vi a esta pequeñita, en la plaza, pelear varias veces contra una máquina de premios por un peluche de ranita. Arrugaba su carita contra el cristal de la máquina en un adorable puchero cada vez que era derrotada.

Tres monedas y tres intentos después, me hice con el ansiado anfibio de felpa. Sin embargo, cuando intente ofrecérselo a mi futura cuñadita:

—N-no gracias señor, no me siento cómoda aceptando regalos de extraños.

Pero... ¿qué? dos cosas, uno: qué propia y correcta esta niña para su edad y dos: ¿Cómo que señor? ¡Auch! eso dolió, la gente siempre asume que tengo más edad.

Como insistiera en darle el muñeco, la pequeña comenzó a alejarse de mí. Y como claramente no hay nada sospechoso en que un tipo de 1.91 metros persiga a una niña que se encuentra visiblemente incomoda, corrí tras ella:

—¡No huyas, soy un buen tipo! Acepta esta rana pachoncita y a cambio entrégale una carta por mí a tu hermana.

—¡Yo no tengo hermanas! ¡Déjeme en paz!

Esa niña corría muy raro, pero bastante rápido, supongo el miedo le aligeraba los pies. Para ese punto la carta ya era lo de menos, lo único que quería era acercarme para tranquilizar a la pobrecilla.

—¡Ya detente, pequeña! ¡Si sigues corriendo así, te vas a chocar con...!

¡Argh! ¡Dolor! ¿Pero qué pasó? El que se chocó ¿fui yo? Algo me dio de lleno en la cara. El golpe fue tan fuerte que me hizo caer de espalda al suelo. ¡Aahh! ¡Estoy ciego!, no, no espera ya puedo ver. Al aclarar mi visión, vi frente a mí, a la despampanante edecán dueña de mis suspiros, tenía una lona publicitaria enrollada que sostenía por un extremo a modo de bate de béisbol ¡Ella me había derribado! La joven estaba completamente en guardia y a punto de atizarme otro garrotazo. Fue entonces cuando las oí, directamente de sus delicados labios; las primeras palabras dirigidas enteramente hacia mí:

¡Estúpida carta! ¡estúpido corazón!Where stories live. Discover now