capitulo 8

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Con el repentino ataque de molestia, el camino que antes pareció de quince minutos, ahora se siente como una eternidad. Las calles se volvieron interminables, y cuando por fin nos adentramos en el perímetro de la mansión y nos detuvimos frente a la entrada principal, salté de la camioneta como si el aire me quemara.

Tras de mi, el chico rubio se quedó de pie a un lado del vehículo. Mantiene sus manos pálidas tras su espalda, pareciendo temeroso.

Suspiré

— Gracias por acompañarme.

Los ojos verdes del chico de agrandaron.

— No hay de que, luna. Fué un placer. — dijo, agachando la cabeza en una especie de reverencia.

— Mi nombre es Marlene, no luna — corregí — y levanta la cara — pedí — es... raro.

— Una disculpa, es protocolo.

— Tampoco soy una señora, en realidad creo que soy incluso mas joven  que tú, así que ahórrate el modismo..

Apretó los labios considerándolo.

— No quería ofenderla — se disculpó, una vez más.

Tantas disculpas me hicieron sentir incomoda, no había hecho nada malo pero con cada "corrección" mía, parecía como si él realmente hubiera cometido un sacrilegio.

Me disgustó aún más el pensar, ¿Qué tan duro es Chase para someterlos de estás manera?.

No quiero respuesta.

—¿Tienes algún nombre?

— Ben — respondió.

Existió una sonrisa en sus labios, pero se extinguió de inmediato.

— Fué un gusto, Ben. — me despedí antes de dar media vuelta y entrar en la mansión.

Fuí a la habitación, me deshice de los zapatos manchados de barro y la ropa, reemplazandola por un pantalón de pijama y una camiseta. Tomé el libro rojo a medio leer, para luego salir de la habitación y dirigirme a la "biblioteca".

Dejé el libro sobre el librero de dónde lo había tomado y volví a la habitación sin más. Me quedé apoyada sobre la ventana durante lo que parecieron horas, hasta que lo escuché pasar por el pasillo.

Suspiré, tironeando un mechón de mi cabello. Me despojó de mi vida para tenerme entre cuatro paredes, existiendo simplemente. Es ridículo.

Y con esos nuevos pensamientos mi enojo volvió. Los últimos días había estado quieta, cumpliendo con ese acuerdo, pero no estaba yendo a ningún lado, los días empiezan y terminan en la monotonía.

Antes de que la noche cayese, salí una vez más de la habitación. Marché hasta la puerta principal, decidida a gritonearle a quien me negara el paso.

En la puerta encontré a un solo hombre. En su cara se plasmó la duda, tomó el pomo, pero no lo giró.

No tengo paciencia. Me adelanté y abrí la puerta por mi cuenta, pasando a su lado como un rayo.

— Gracias — ironicé cuando estuve lejos, aunque segura que él me había escuchado.

El jardín está en su mayoría marchito, a excepción de unos rosales en el lado izquierdo. Me senté sobre una pequeña roca, tomando las hojas secas, cortando las espinas sin filo.

Un par me metros adelante, el muro empieza, sobre él las ramas de los árboles se cuelan apenas.

En ese lugar, se me pasaron los minutos, entre suspiros y lamentos. Me dejé llevar por mis recuerdos, las tardes en la sala de mi casa junto a mi padre, mientras tomábamos chocolate y veíamos la TV.

Pensar en eso, despertaba nuevamente la angustia y desespero por volver a él. Las ganas de despertar un lunes de instituto y descubrir que todo fué un mal sueño.

Me pinché un dedo gracias a la distracción, una gota de sangre se formó, y el olor a metal se metió por mis fosas nasales.

Mucha sangre, recorriendo mi nariz hasta deslizarse por mi garganta, me quedé sin saliva. En mis oídos entró una voz angelical, una canción repetitiva.

Grandes y alargados orbes amarillos como la miel dulce y elástica, atrayente como los rayos de sol que se cuelan entre la oscuridad de la tarde. 
Alargados como los de una serpiente de escamas suaves, que se arrastra entre los árboles, con grandes colmillos que al entrar en contacto con mi piel queman, paralizan, y de pronto ya no se siente real el control sobre mi cuerpo dormido.

Nuestra Luna De Sangre Where stories live. Discover now