Capitulo diez

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La mansión se ha vuelto incómodamente silenciosa desde el "incidente"

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La mansión se ha vuelto incómodamente silenciosa desde el "incidente". De un día para otro, se llenó de soldados con aspecto áspero, son silenciosos y quietos, llegando a parecer incluso estatuas.

La semana próxima, se volvió una rutina extraña. Por las mañanas desayuno sola, luego paso las horas siguientes curioseando por las habitaciones que encuentro sin seguro, cuando la hora del almuerzo llega, él aparece y comemos juntos. No es demaciado comunicativo, lo que vuelve incómodos los veinticinco minutos que dura. Por la tarde voy a la biblioteca y pretendo leer un libro cualquiera, después del segundo día dejó de tener importancia, todos son aburridos, y los únicos que llaman mi atención son confusos, escritos en ese idioma ilegible para mí.

Luego llega la noche, y esas son impredecibles. Un par de días no apareció por ningún lado, una vez, se unió a mi en el comedor, e intentó preguntar sobre mi día, otro más jugamos un juego de mesa, raro pero entretenido, uno de ellos tuvo una reunión, por lo que no cruzamos más que un saludo.

Mi tracero se entumeció al estar sentada en el sillón,  leyendo sobre las rutas de importación y exportación de las manadas cercanas. A este paso, voy a fusionarme con el bendito sillón.

Salí de la biblioteca, entrado a la cocina sin tener una idea exacta de que hacer para matar el tiempo.

Terminé cocinando una pasta, sin tener real apetito.  Estaba por ponerle la salsa cuando escuché la puerta principal abrirse bruscamente, golpes pesados sonaron por el piso de la mansión, hasta que por la sala se asomó la enorme figura del lobo negro.

Mi espalda se erizó de inmediato, empuñé la espátula en mi mano.

Mis encuentros con eso, son casi inexistentes, la única imagen que puedo tener sobre él es sobre esa noche, la noche en que mi vida se convirtió en una rutina pesada en esta jaula.

De sus enormes patas sobresalen garras afiladas. Rígida intenté retroceder cuando sus ojos flameantes me encontraron.

No sé cómo tratar al humano, definitivamente no sé que hacer frente a esto.

Intenté relajarme, respirar con normalidad y convencerme qué, no tiene sentido ni razones para dañarme, pero cuando empezó a adentrarse en la cocina, toda razón desapareció para mí.

Rodeé la isla, intentando crear la mayor lejanía posible con él. Sus ojos no me abandonaron ni por un segundo.  Lo que mis tembloroso pies se alejan en cuatro pasos, él lo acorta en tan solo un movimiento.

— Aléjate... — mi voz salió tan débil, que dudé si realmente lo había dicho.

Un gruñido vibrante salió desde su garganta, y esa fue la señal que necesitaba. Arrojé la espátula en su dirección y corrí fuera de la cocina. Saltando las escaleras, sintiendo que en realidad no avanzaba.

Me sentí ridícula cuando, al llegar al final de esta, noté que nadie me seguía. Aún así, volví a encerrarme en la habitación.

Suspiré una vez envuelta entre las sábanas.
Afuera, las nubes se oscurecen presagiando una tormenta.

Nuestra Luna De Sangre Where stories live. Discover now