Capitulo diecisiete

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Chase.

El hedor del alcohol derramado adormece a Alec, por fin puedo descansar de su desesperante voz y sus reclamos.

Hay un silencio abrumador a lo largo de la mansión, algo que aumenta el alcance de sus demandas.

— Pensé que habías cambiado, lo hiciste para mal, eres un verdadero patán.

Me removí en la silla. Es pasada la media noche y el no poder dormir solo intensifica mi mal humor.

— Gabriela. — pronuncié cansado. — ¿Puedes tocar la maldita puerta antes de entrar?.

— No. ¿Desde cuándo está ella aquí?.

Intenta hacerme ver su enojo con sus brazos cruzados y cejas ajustadas.
Mientras cuelgo la cabeza sobre el respaldo de la silla intento hacerle saber que me importa una mierda.

— ...Dos semanas, tres. Creo.

— No me lo dijiste.

— No estabas aquí.

— Pudiste enviar un mensaje de texto.

— No tengo tiempo para utilizar esas cosas.

— Le pediste a Ian que no lo dijera. ¿Por qué?.

— No era la manera.

—¡Una carta, pudiste enviar una carta!.

— No quise, Gabriela. — deseché la botella a la basura.

Salí de tras del escritorio infestado con papeles regados, yendo hasta la ventana para abrirla.

—¿Por qué?.

—¿Por qué lo sabrías? Nada afecta.

— Pero soy tu amiga, tengo derecho a saber. 

— Derecho ninguno niña. Mi vida personal es privada.

Por el reflejo de la ventana pude ver su mueca, está roja de la ira pero no la expresa. Sabe que nada logrará, quizá únicamente que la saqué de aquí o me largue yo.

Se paseó en silencio por un minuto, golpeando con sus uñas la madera.

Abrí la ventana dejando salir el olor a alcohol que se empieza a impregnar en mi ropa.

—¿Ya lo sabe Alicia?. Recuerdo que ella nunca le agradó.

— No lo sabe y no sabrá por tu boca niña. — advertí. — Lo sabrá pronto, cuando esto empeore.

— ¿Hablas de la guerra que se avecina con Maceo o de su actitud de mierda?. — tomó un bolígrafo de mi escritorio, acto seguido lo arrojó sobre mi rostro. — No sé si es peor que la anterior.

— Detente ya.

—¿Cuando vas a superar a esa chica?  Es tan insípida.

— Gabi detente. No lo jodas más.

— ¡Joder! ¡Alec ni siquiera la quiere! ¿Por qué te aferras?.

— Porque la quiero Gabriela. No te debo explicaciones pero ahí está.

Sus mejillas se pusieron rojas, una mezcla entre la ira y la incomodidad.

— Por Dios, no la conoces.

— Ella es ...

—¡No la conoces. No te excuses con la estúpida de Carmín porque tampoco la conocías. Te la follaste, te escupió la cara y se fue!. — gritó con su mano golpeando el escritorio.

Nuestra Luna De Sangre Where stories live. Discover now