Capitulo veinte

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Chase

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Chase

No me hizo ni puta gracia tener que dejarla en ese lugar inmundo, pero ella es necia y caprichosa, nuestra convivencia tampoco ha sido la mejor y aunque le duela a mi orgullo, tengo que dar mi brazo a torcer.

Ian tiene razón, Maceo está listo para una guerra, nosostros no. Los cachorros servirán de poco, un tratado con mis padres me asegura igualdad en el campo.

A pesar de poner la mitad de mis guerreros en ese lugar para protegerla, sigo sin sentirme completamente tranquilo.
Sin embargo, debo confiar su seguridad en sus manos, esperando que una promesa de muerte sea suficiente aliento para cuidar de ella correctamente.

Alejé a Marlene de mi mente por un momento y me centre en las personas frente a mí, me obligué por simple hipocresía a sonreír y aceptar el abrazo de la mujer que me dió la vida.

—¡Mi pequeño cachorro, cuánto te he extrañado!— exclamó apretándome entre sus brazos, obligando a mi espalda a mantenerse encorvada a su altura.

— No lo dudo, madre. — tomé sus brazos y la alejé, haciendo un intento por no ser brusco.

— ¿Hace cuánto que no te tomas el tiempo de visitar a tus padres?— reprochó mi padre.

— Soy un alfa, tengo una manada que mantener a salvo. Más de cuatrocientas personas por las que velar. — le recordé. —¿Qué excusa tienen ustedes para no visitar a su amado y único hijo? —me importa una reverenda mierda, estoy feliz sin verles la cara.

— Somos viejos, es un viaje de cinco horas, es agotador para nosostros.— se excusó mi madre

Los lobos llegamos a una edad en la que nuestro cuerpo deja de envejecer, ni una arruga más después de eso.

Es una excusa débil y poco planeada.  Al final del día, ambos estamos satisfechos lejos del otro.

Hice de lado el tema, no estoy aquí por eso.
Es un viaje largo y aburrido, la mayor parte del trayecto se hace a través de las carreteras abiertas de la cuidad por lo que Alec debe mantenerse quieto. No le gusta y eso lo vuelve frenético.

Ahora más que nunca deseo revertir los errores que cometí. Perdí más de la mitad de mi ejército entre guerras sin sentido, por puro impulso e ira desenfrenada.

No tendría que estar aquí ahora de haber pensado las cosas con la cabeza fría.

—Te estábamos esperando, la cena está lista. — mi madre sonrió.

Seguí a ambos hasta su comedor, gruñendo a las paredes llenas de fotografías de mi infancia.

— Zoelia preparó paella, tu favorita. — sonrió mi madre.

— Era mi favorita cuando tenía ¿Quince, dieciséis?  ¿Cuánto ha pasado desde entonces?.— empecé a odiar la paella antes de poder cumplir los veinte.

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