Capitulo dieciocho

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La noche acabó tan rápido que al despertar, mis párpados pesan como si no durmiera en semanas

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La noche acabó tan rápido que al despertar, mis párpados pesan como si no durmiera en semanas. 

El día fué extrañamente pacífico. Solitario en exceso y mayormente, frío.

Por la mañana al bajar a desayunar, no encontré al pulgoso por ningún lado, tampoco tuve que escuchar a Gabriela y para mí preocupación; tampoco ví a Ben.

Me tranquilicé pensado que quizá cambiaron su posición, siendo positiva, quizá lo enviaron a su casa. Con esos golpes realmente deseo que esa sea la respuesta, pues aunque no sea humano en su totalidad estoy segura que no es cómodo tener un ojo y la mitad del abdomen morados.

A la hora del almuerzo, y ante la aparente ausencia de Monserrat en la casa; me serví un tazón de fruta picada y salí al jardín en busca de algo que hacer.

La tierra y pasto siguen húmedos luego de la tormenta del día anterior por lo que sentarme sobre él no fué una opción. Me pasee por el amplio jardín, toqueteando las distintas flores semi destruidas y mientras lo hacía pensaba en las flores de mi jardín, segura que papá las ha dejado marchitar.

Llegué al otro extremo del jardín, dónde se encuentra un comedor pequeño, perfecto para almuerzos al aire libre. Las sillas blancas ahora húmedas tienen en el respaldo el diseño de un caracol que me recordó a la escalera principal de la mansión.

Me senté en una de las sillas sin preocuparme en limpiar perfectamente el agua retenida en ella.

Las ramas de los pinos al otro lado del muro gotean delgados restos de lluvia. Me mantuve con la cabeza colgando contra el respaldo de la silla durante un largo tiempo, limpiando de vez en cuando las gotas que alcanzan mi frente.

Es un lugar pacífico cuando no hay lobos gigantescos o algún demonio acechando cerca, podría vivir felizmente en un lugar así, solo si tuviera la libertad de elegirlo.

Mientras comía un trozo de kiwi la brisa arrastró un olor amaderado hasta mi nariz. Al abrir los ojos encontré a Chase acercándose a pasos lentos.

Suspiré comiendo otro bocado.

— Tengo lo que para tí serían; buenas noticias. — antes de sentarse en la silla frente a mi, se encargó de limpiar hasta la última gota de agua.

— ¿Tienes una clase de enfermedad terminal? — ante mi pregunta desvío la mirada.

— ¿Dónde aprendiste a ser grosera?.

— Dónde tú aprendiste a ser patán.

Acomodó las mangas de su camisa formal. Es una buena vista, sus hombros son anchos y sus brazos tonificados, las mangas hasta sus codos es algo atractivo de admirar pero hacerlo todos los días pude llegar a aturdir.

— ¿No tienes más ropa? — apretó las cejas en señal de confusión. — todo el tiempo vistes esas camisas aun cuando no sales a ningún lado. — señalé.

Nuestra Luna De Sangre Where stories live. Discover now