Capitulo veinticinco

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En la profundidad del bosque, mientras el cuerpo lanudo de Alec se mece en todas direcciones, saltando raices y charcos, gruñendo a ardillas y aves que revolotean alarmadas por el brusco movimiento.

Aguanto chillidos y quejas, pues el constante movimiento acalla mis propias respiraciones.

Dios. No debí hacer esto.

En un mal movimiento, Alec saltó bruscamente un tronco seco y el acto me hizo trastabillar. Aferré mis manos temblorosas a su pelaje, con fuerza tirando de él.

Alec gruñó en protesta mirándome de reojo.

- No tengo de dónde sostenerme y me voy a caer, lo siento. - Me disculpé y volví a tomar dos mechones de su pelo en mis manos.

De no muy buena gana, me lo permitió.

Pronto, ningún rastro de civilización fué visible, solo hojas secas, ramas partidas y gigantescos árboles que nos exilian de toda luz solar. Fué entonces que entendí, que no volvimos a la mansión, nos alejamos de ella.

- Solo quiero que sepas, que sí vas a matarme y esconder mi cuerpo por ahí, hay testigos que me vieron por última vez contigo. - Dije.

Él no dijo ni hizo nada, siguió corriendo ignorando mi existencia.

- Y también que sepas que cuando te llamé sarnoso y pulgoso e idiota, estaba jugando. - Alec cabeceó mas continuó en silencio. - Es de mala educación ignorar a las personas - Aún no hubo respuesta - ¿Me estás aplicando la ley del hielo? Bien, yo también sé hacer eso, no hablaré más.

Miré arriba nuevamente, dónde las ramas de los pinos cubren el cielo y el canto y revoloteo de las aves se escucha lejano, aparte de eso, no hay ningún otro ruido más allá de las imponentes pisadas de Alec mientras corre velozmente.

Suspiré. Mi cabello ondea libremente en dirección contraria, lejano al miedo y la extrañeza, la emoción de lo sucedido minutos atrás, la mala convivencia y mi ira interiorizada, me permití relajar mis sentidos constantemente a la defensiva y recostarme sobre el pelaje del animal. Es suave y acolchado, como una manta hipoalergénica.

Me mantuve en esa posición durante un lapso largo de tiempo, perdí la noción de los minutos. Luego un rayo brillante de sol escandaloso me golpeó en la cara, tuve que acomodarme sobre su lomo, cubriendo mi rostro con una mano.

Frente a nosotros, la espesa masa de árboles se fué volviendo una manta rala de pinos delgados y de poca altura.

-¿A dónde vamos? Parece que va a llover. - Ganando nada más que silencio.

Dí un tirón al pelaje como reclamo.

Se volvió una eternidad el tiempo que pasé sobre él después de eso. La fauna a nuestro alrededor pareció extinguirse de un momento a otro.
Y luego del largo camino de al menos veinte minutos, el paso de Alec se volvió un trote lento.

Nuestra Luna De Sangre Where stories live. Discover now