Capitulo once

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Quizá tengo la lengua maldita, porqué justo cuando las palabras fueron dichas, su gran figura entró, a pasos cuidadosos, con la espalda recta y la cara en alto, una mueca de disgusto en los labios que empeoró al ver al chico sentado a mi lado.

— ¿No tienes un puesto asignado? — habló con dureza, con esa voz fuerte que hace eco incluso en el exterior.

Rápidamente Ben se puso rígido, saltó de la silla, y una oleada de palidez cruzó su rostro.

— Lo tengo, señor. — dijo, con un temblor en su voz.

—¿Que haces aquí sentado entonces?

— Perdone, alfa. No sé repetirá nunca más, lo prometo.

Dios, como odio este ambiente.

— No, no se repetirá. — eso definitivamente fue una amenaza, y no me gusta nada. — No sucederá de nuevo porque te encerraré en las mazmorras ¿Entendiste niño?.

— Fuí yo quien le pidió dejar su puesto para hacerme compañía, déjalo en paz — dije con molestia.

— Ya estoy yo aquí, vuelve a tu puesto. — ordenó, y de inmediato él obedeció.

— ¿Puedes dejarlo terminar al menos? — protesté molesta.

— No. No puedo y tampoco me apetece.

Ben salió sin decir más. Mis mejillas ardieron con ira.

— Eres realmente despreciable. — escupí arrojando el tenedor sobre el plato, el material rechinó.

— Hay lugares, Marlene. Él es un guardia, y tú mi Luna.

— Que estupidez — me burlé. — ¿te escuchas cuando hablas?.

Tomó asiento frente a mi, apoyando los codos sobre la mesa, con la misma expresión de fastidio.

—¿Por qué te afanas en amigar con el personal de servicio? Y en comer en la cocina, es desagradable.

— Nadie te pidió que te sentaras. — dije mordaz. —  ellos me tratan con decencia en lugar de como un objeto, quizá debiste convivir con ellos más tiempo, así no creerías que el mundo te debe devoción.

— No el mundo, solo ellos. — dijo con una sonrisa cínica en los labios. — cada persona perteneciente a esta manada.

— No te tolero. — rodé los ojos. Tomé mi plato, llevándolo al fregadero para luego poder volver a la habitación.

— ¿A dónde vas? Nos estamos comunicando ¿No querías eso?. — la burla en su voz fué la que me llevó a actuar.

Volví sobre mis pasos, deteniéndome frente a él, golpeando la mesa con las manos. El plato de Ben junto a su vaso saltaron con el golpe, y un poco de jugo salpicó.

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