Capitulo nueve

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Chase

Ian irrumpió en mi oficina, tomó asiento frente a mi, y arrojó una libreta sobre la mesa.

— ¿Que es eso?

— Estás llevando la manada por el risco, directo al risco, Chase.

Moví las cejas, sin detenerme a analizar si quiera su reclamo. Eso lo molestó.

— Existen más seres después se ti, ¿recuerdas?

— No respondiste, lárgate.

— La manada no ha cazado las últimas dos semanas, los exploradores no han sido desplegados ni siquiera. ¿Intentas matar de hambre a tu gente?.

— He estado ocupado, de eso te encargas tú.

— No, es tu responsabilidad.

— Pues este mes te encargas tú.

Ian se puso en pie arrastrando la silla. Se puso rojo, y a sabiendas que mi falta de interés lo empeoraría, volví mi atención a la agenda que revisaba antes de su llegada.

Su reacción fue darle un golpe a la agenda, haciéndola caer sobre mi regazo.

— Ya la tienes, no existe excusa para seguir ignorando tus deberes. Te lo advierto, que si no tomas las riendas de la manada pronto, tendrás un levantamiento.

— ¿Y quién los guiará? ¿tú?

— Chase deja de actuar como un cabrón, no estoy aquí para buscar una pelea, sino como la voz de la manada que descuidas por... tu sabrás porqué.— finalizó exasperado.

Tenía razón, el último mes no había sido conciente ni considerado con nadie. Tomé la lista y la leí superficialmente.

— Manda a los exploradores, quiero un perímetro en tres días y entonces enviaré a los cazadores.

Ian enderezó la espalda. Con eso parecía satisfecho.

— No es tan difícil, Chase. — antes de irse olfateó, arrugó la nariz— ¿no hueles eso?

Aspiré, anís.

— Chase...— Llamó mirando por la ventana. Fuí hasta él.

Caminaba erguida, con pasos temblorosos, en una dirección.

Corrí fuera de la oficina, cruzando la mansión hasta la puerta principal en un segundo.

En mis oidos escuché mi pulso, acelerándose con cada grada ignorada. Me hormiguean las manos.

Tomé del cuello a uno de mis hombres cuando intento abrir la puerta y lo estrellé contra ésta antes de salir al jardín.

Atrapé su cintura y la traje contra mi pecho, cubriendo sus ojos. Busqué el punto exacto del que viene el hedor.

— ¡Esto iniciará una guerra Maceo! — advertí, no puedo verlo, pero sé que está ahí. — extinguiré tu especie y te dejaré para el final, asqueroso adefesio.

La cargué, su cuerpo está frío y flácido, la horrible sensación se sentirla sin vida me hizo jadear. Clavé mis dedos sobre su vientre y un sirve quejido salió de sus labios pálidos.

— Lo lamento — susurré en su oído.

La llevéhasta mi habitación, con mi mano aún sobre sus ojos.

— Trae a Monserrat — ordené a Ian.

Su respiración es tranquila, demaciado lenta, sus ojos aún continúan perdidos en un trance.

Nuestra Luna De Sangre Where stories live. Discover now