34. LA LLAVE QUE ABRE EL PASADO

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Jamás había leído un cuento en aquella librería que tuviese un final feliz. Hubo un tiempo en el que me pregunté entonces si todos tenían un final triste. Todavía recuerdo lo que me dijo aquel librero.

«Si quieres un final feliz, sal a buscarlo. No vengas a leerlo».

Me hizo gracia.

«¿Cómo se encuentra un final feliz?».

«Buscándolo».

«¿Y cómo se busca?».

«Con ganas».

A lo mejor, después de todo, él tenía razón. El problema era que, quizá, yo nunca había tenido ganas de encontrarlo. O, a lo mejor, es que había dejado de buscar finales.

Luego sí que aprendí que, a veces, lo más importante... era que hubiese uno.



Exhaló con dificultad una vez que llegó y miró fijamente la puerta. El rastro lo había conducido hasta ahí. Vio una luz tenue y, enseguida, oyó los jadeos y sollozos de su pactante. Empujó la vieja madera y esta chirrió por segunda vez en la noche. Sus pupilas se encontraron con los ojos sorprendidos del chico y este se encogió levemente, como si alguien hubiese pulsado un botón. Bajó la mirada al suelo y se encontró de lleno con sus recuerdos. No le hizo falta leerlos. Los había memorizado hacía mucho tiempo.

Alzó la cabeza de nuevo hacia el rostro del humano y, después de muchos años, después de muchos siglos, su interior se rompió en pedazos. Una vez más. Cinco plumas negras cayeron de sus alas y estas se encogieron de dolor.


Todavía me acuerdo de aquel cuento, ¿sabes?

¿Cuál?

Aquel en el que el Patito feo no se convertía en cisne.


El pelinegro dio un paso hacia el interior, dejando un rastro húmedo. El rubio se sobresaltó y Jungkook volvió a sentir cómo el arco apuntaba hacia él y la flecha le desgarraba la carne. Lo estaba mirando como ellos. Si alguna vez había vuelto a tener esperanza, en ese momento se había diluido con el agua que le escurría del cuerpo.

—¿Por qué estás...? —intentó preguntar. La garganta también le dolía. No supo si el rubio lo había entendido, pero por cómo intentaba incorporarse en el suelo tenía la impresión de que sí.

Las lágrimas corrían por el rostro del chico como si las nubes le hubiesen llovido en los ojos. Jungkook nunca había visto llorar a alguien tanto como él. El único ruido que fue capaz de cortar el momento fue el estruendo de sus alas cuando cayeron inertes tras su espalda. Parecía que habían perdido la vida de repente.

Un reguero de plumas se movió a su alrededor, producto de la pequeña corriente de aire que había levantado

—¿Es cierto? —murmuró en un hilo de voz. El humano se sentía roto por dentro—. ¿Es cierto lo que ponen? —Arrugó un poco los papeles que tenía en su mano—. Dime que no me he equivocado, por favor... Dime que lo que dijo Namjoon no es cierto tampoco.

Jungkook bajó la cabeza y una débil sonrisa asomó en su boca, amarga. Desconocía qué le había dicho la otra criatura, pero por los papeles que había leído, estaba claro que el cuento se cerraría con el mismo final. Sospechaba de él y no le culpaba. Ellos habían hecho lo mismo. Ellos lo habían juzgado sin creerle. Ni una sola persona creyó en sus palabras aquel día.

El Pacto (I): el demonio ha visto un ángel [KookV] (Disponible en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora