S I E T E. Desayuno

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Donovan Hunter

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Donovan Hunter

Mi mente es un revoltijo de emociones. No puedo controlarlas ni ponerles nombre pero algo dentro de mi me incita a disfrutarlas. Al menos parte de ellas. Comienza siendo un maremoto de sentimientos cruzados entre la ira, la rabia y las enormes ganas de rebanar la garganta del hombre invadiendo mi subconsciente, pero el olor que se sumerge en mi nube de ensueño se esparce hasta adormecer cualquier emoción destructiva. Es dulce, una pizca azucarada lista para ser lamida, disfrutada, apaciguando a la bestia dentro de mí que quiere arrasar con todo sin piedad. Es un impulso inexplicable, no puedo respirar sin pensar en llevarme por encima a cualquiera que se me cruce por el camino pero ese olor... hace que mi atención se desvíe y me olvide de todo el infierno bullendo en mi interior.

Por un momento pienso que se esfumará y volveré a ser consumido por los demonios clavando sus dientes en mi subconsciente pero cuando aspiro un poco más de esa bocanada de aire fresco solo me envuelvo más en ella. Es refrescante, la pureza picando mis fosas nasales como si estuviera purificándome. No lo entiendo, es algo ajeno a mi mundo teñido de rojo, a las tinieblas destruyendo mi vida a cada paso, y sin embargo... me tiene envuelto. No puedo alejarme. No quiero hacerlo.

Sin intentarlo, mi bestia persigue ese grano azucarado. Sus fosas nasales completamente cautivadas por el armonioso aroma picando sus orificios, buscan la fuente. Una y otra vez divaga entre la espesa neblina y el bosque oscuro, intentando acercarse más al pequeño tesoro que lo espera del otro lado. Entonces ahí está, un diminuto destello en la distancia que lo hace correr. Mi bestia corre desesperada, frenética por llegar a ella. La luz se hace cada vez más grande a medida que se acerca a ella. El viento rozando su piel y su cabello volando en el aire no hacen nada por distraerlo. Los demonios lo persiguen desde atrás pero mi bestia no puede prestarles atención. Ni siquiera se da cuenta de que están ahí porque esa luz es cegadora, el olor cada vez más fuerte.

Entonces ahí está, a solo un paso de tocarla, su mundo pintado de blanco brilloso y cegador, brindándole paz a su alma destrozada. No sabe lo que es ese sentimiento, esa calma que lo rodea pero de repente su ira desaparece, dejando a un simple perro doméstico disfrutando de dulces caricias.

Hay una respiración, un suspiro y una caricia. El mundo de ensueño desaparece tan rápido como llegó y mis sentidos se ponen alerta. La mano en mi pecho es tan diminuta y suave que por un momento pienso que sigo en el mundo de las pesadillas como una enorme bestia luchando contra los demonios, pero ¿Cómo algo que hace picar mi piel de esta manera puede ser maligno? Se siente bien contra mi.

Abriendo mis ojos, me tomo un momento para volver a la realidad. Mi cabeza tarda en registrar el ambiente pero cuando un pequeño gemido acaricia el creciente vello en mi pecho mi cabeza no puede evitar girarse hacia allí como un imán. La luz matutina que entra por la ventana brilla sobre la piel del diminuto ratoncito desparramado sobre mi. Su peso es tan ligero que por momentos solo puedo imaginarme dándole de comer hasta hacerla estallar, pero luego veo la pequeña sonrisa que amenaza con salir de su boca y todo pensamiento se esfuma.

Furia ilegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora