T R E I N T A Y C I N C O. En el infierno

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Todo daba vueltas cuando mi mente comenzó a maquinar de nuevo en la realidad

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Todo daba vueltas cuando mi mente comenzó a maquinar de nuevo en la realidad. El dolor punzante en la parte trasera de mi cabeza me hizo jadear y retorcerme con los ojos cerrados, esperando poder sumirme otra vez en la inconsciencia, pero el olor asqueroso que me rodeaba me mantenía anclado a la tierra. Quise llorar, pero no tenía fuerzas para ello. Sentía que todo palpitaba, era una agonía que no se iba ni aunque le pidiera a los cielos por una salvación.

Tardé lo que pareció una eternidad poder abrir los ojos. Una vez que los abrí, la oscuridad me envolvió, pero incluso ella fue como una caricia. Fría, solitaria. No había nadie que pudiera encontrarme cuando estaba bañado en ella. La anhelaba a pesar de que era la única que me hacía tener pesadillas. Siempre la preferiría antes que a él. Mi cuerpo estaba destrozado, había lugares que no había visto en mi reflejo en el agua cuando cargué un poco en la parte trasera, y aun asi sabia que tenia mas marcas de las que mis ojos podían ver.. El chico que se veía del otro lado era sólo una cáscara arrugada y desechada, con marcas de haber sido apretado en un puño con fuerza antes de ser tirado al suelo y pisoteado. Así me sentía, como si un tractor hubiera pasado por encima de mi cuerpo. La paliza de ayer, sea por lo que sea, estaba haciéndome sufrir otra vez y me impedía conciliar el sueño.

Gruñí cuando intenté incorporarme, y a pesar de caerme dos veces por la poca fuerza que tenía, logré sentarme sobre mis piernas temblorosas. No había lugar que no llorara, ansiando curarse, pero estaba acostumbrado. Y, sin embargo, cada vez se sentía un poco diferente a la anterior.

lo odiaba. Lo odiaba tanto que la ira comenzaba a dominar mis días. Mis pensamientos le siguieron, y no podía ver más que rojo cada vez que él aparecía.

No podía hacer nada al respecto. Tenía miedo, estaba lleno de eso. Eres débil, diminuto, escuálido y delgado. No tenía fuerzas. Él se enfadaba mucho cuando no podía levantar lo que me exigía.

Y cuando llegaba la noche, intentaba no llorar. No era difícil porque la mayoría de las veces me desmayaba. Lo único malo de todo esto, es que cuando me despertaba en plena madrugada, rodeado de barro, moretones, dolor y un olor nauseabundo, no podía volver a dormirme.

Mis ojos se acostumbraron a la luz de la luna. Apenas entraba por los espacios libres entre las tablas de madera sobre la escalera que daba hacia el exterior. Odiaba no poder ver la luna, el candado en la puerta de madera siempre estaba puesto. Normalmente los cerdos dormían a mi lado, pero hoy lo vi llevándoselos todos, dejándome solo en el lodo, con pequeñas y sucias mantas que no apartaban el frío ni aunque le rezara a los cielos.

Sin embargo, cuando elevé la mirada hacia la izquierda, la silueta sobre los barriles de madera me hizo retroceder hasta que la pared impidió mi huida. Con el corazón acelerado y el miedo colándose en mis venas, intenté calmar mi respiración y ver a alguien sobre la astillada superficie. Cuando se limitó a parpadear, con la boca abierta, lista para chillar, y se inclinó hacia atrás como si estuviera a punto de echarse a correr, me di cuenta de que no era un maldito sueño. Tenía a una chica frente a mí, mirándome con ojos grandes y brillantes por el miedo.

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