Capítulo 26

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Cuestión de actitud

Lo primero de lo que fue consciente Vanesa fue del silencio, no del que había fuera... sino del silencio que había en su alma... Como si la tormenta se hubiese apagado, como si todo lo que la estaba volviendo loca se hubiese alejado. Se sentía bien, demasiado bien como para que lo sintiera normal o seguro. Se parecía demasiado a la calma que antecede al huracán. Pero acaso, ¿su huracán no había pasado ya por ahí? ¿Qué más podía sucederle ahora?

En cuanto mentalizó la pregunta supo la respuesta. Se arrepintió de todos sus pensamientos y deseos anteriores. Llevo sus manos al vientre para comprobar aliviada que todo seguía allí, que ese ser que era solo suyo seguía creciendo en su interior. Que no iba a dejarla. No podía dejarla, no en ese momento.

Abrió los ojos y lo supo, supo que se encontraba en un hospital y se sintió aún mas aliviada. Eso significaba que ella y su beba estaban en buenas manos. Que nada podía pasarles allí. La puerta del cuarto se abrió y Nes vio como una médica hacia acto de presencia.

— Veo que te has despertado —la mujer le sonrió—. Soy la Dra. Fernández. ¿Cómo te sientes, Vanesa?

— Bien —le costó encontrar su voz, hasta que al fin salió pastosa y ronca.

— Sabes porque estás aquí, ¿cierto? —Nes asintió sin querer escuchar su voz otra vez— Bien. ¿Qué es lo último que recuerdas?

— No quiero hablar de eso —dijo a media voz—. Lo recuerdo todo, pero prefiero no hablarlo.

— Comprendo, tu hermano me ha puesto al corriente —le comunicó la médica anotando cosas en su libreta—. Les has dado un buen susto a tus hermanos.

— ¿Están los dos aquí? —Nes no había pensado que Tony le avisaría a Sonia.

— Si y tienen ganas de verte, asique deja que te controle la presión y podrán entrar —le guiño un ojo y se puso a trabajar.

Viendo que todo estaba bien, pronto Sonia y Tony estuvieron abrazando a su hermana menor. Vanesa jamás había visto a sus hermanos tan tranquilos uno al lado del otro, por lo general no paraban de pelear; y Sonia jamás había visto a Nes tan triste, se le veía en los ojos, que ya no tenía ánimos y que si seguía respirando era gracias a su embarazo. Por primera vez tuvo miedo, miedo de perderla a ella, su pequeña niña... En los 18 años que llevaba compartiendo con ella, no había notado que la quería tanto ni la falta que le haría su rebelde hermana.

Sonia estaba sentada en una butaca junto a la cama y le tomaba a la mano a Vanesa, se la acariciaba con suavidad, dedicándole una sonrisa que intentaba ser consuelo. Tony no se atrevía a acercarse. La había abrazado a penas supo que estaba fuera de peligro, pero ya no se sentía lo suficientemente fuerte él como para darle ánimo a su hermana, cuando lo único que lograría seria deprimirla aún más. Estaba apoyado contra la pared, cerca de la puerta.

— Tony, ¿Por qué no le avisas a Nené que todo está bien? —Sonia miró a su hermano y este entendió que le daba la posibilidad de marcharse.

— ¿Se lo han dicho? —preguntó Nes cuando su hermano ya se había retirado.

— Si, llamó a tu teléfono para ver como estabas y tuvimos que contárselo —le acomodó los cabellos, esos que había envidiado en su adolescencia, porque a pesar de que también tenía los ojos verdes, solo Vanesa había heredado el cabello de su abuela materna—. Eres preciosa, ¿lo sabes? Cuando éramos chicas siempre estuve celosa de vos, de tu cabello, de tu sonrisa, de la soltura que tenias en todo, de que tenías amigos por todos lados... y de que te enamoraras... Ahora me arrepiento de ser tan tonta, de haberme alejado de ti por eso. Tendría que haberte aconsejado como lo haría cualquier hermana.

— Ya no importa —le aseguro abrazándola—. Ahora te necesito más.

— Lo sé y no me iré —le besó la frente—. Lo lamento tanto.

— ¿Dónde dejaste a la nena? —Nes cambio el tema, no quería hablar de él. No lo soportaba.

— Vanesa, en algún momento tendrás que hablarlo.

— Pero me duele... —se excusó ella como si fuera una niña pequeña.

— No puedo decirte que lo sé, que sé lo que se siente, porque no sería cierto. Tengo a todos los que quiero aquí —le dijo Sonia con sinceridad—. Lo qué si sé, es que no soporto verte así, que me duele tu dolor... y que no quiero perderte. Jamás había sentido tanto miedo como cuando Antonio me llamó diciéndome que te había traído al hospital... No te dejes vencer, si no lo haces por ti, hazlo por todos los que dependen de ti. Tu beba, Nené, Tony... Yo...

Vanesa observó a su hermana con un nudo formándose en su garganta. ¿Realmente era tan importante para ellos? Sintió que en su pecho el vacio que había sentido durante años se esfumaba. Por supuesto, que aun quedaba dentro de ella ese dolor, aunque momentáneamente aplacado, había generado la muerte de Kevin.

— ¿Cuándo nos podemos ir? —preguntó desviando la mirada para no demostrarle a Sonia lo destrozada que estaba por dentro, pero aún así busco su mano para apresarla entre las suyas.

— No lo sé, pero ya nos avisaran... —dejó que ella gobernara los silencios y las charlas, no quería presionarla.

Pasó alrededor de cuarenta minutos sin que ningún ruido más que los de sus respiraciones rompieran el silencio de la habitación. Vanesa, no hacía más que pensar en que haría en adelante. Se había recostado en la cama, pero no había soltado la mano de Sonia, que a pesar de sentir que se le acalambraba dejaba que su hermanita se la estrujara.

Cuando Sonia creyó que Nes se dormiría, la puerta de la habitación se abrió y Tony entró agarrado de la mano de una joven de cabellos negros hasta la barbilla con las puntas en un azul eléctrico. La joven, miraba hacia todos lados menos a la cama, como si se encontrara incomoda o desubicada estando en un lugar tan íntimo, pero Tony la había obligado a entrar con él.

— ¿Caperucita? —Antonio se acercó a su hermana sin dejar de sostener la mano de la chica— Ella es Mara, mi novia...

Vanesa levantó la vista de la almohada y miró a la joven. Era linda, siempre supo que su hermano encontraría una chica de buen ver como pareja. Sonrió desganada.

— Hola, Mara —Sonia extendió su mano sobre la cama y se la estrechó a su nueva cuñada—. Soy Sonia, la hermana mayor de estos dos...

— Antonio me ha contado sobre ustedes —dijo Mara con cordialidad y se vio interrumpida por la risa de Vanesa.

Tony y Sonia miraron a su hermana menor sin saber que era lo que sucedía. Nes al verse observada, se detuvo, también un poco desconcertaba por su arranque. Pero que la joven le llamara Antonio a su hermano, le dio risa. Nadie a excepción de sus padre le decían así, para todos él era Tony.

— Lo lamento —se disculpó sin mucha convicción—. Bienvenida a la familia Mara.

— Gracias...

Durante algunos minutos, hablaron de todo un poco. Nes, para entretenerse, les preguntó cómo se habían conocido y hacía cuanto que salían. Se enteró que Mara estudiaba veterinaria y que tenía tan solo un año más que ella, así como también que era hija única. Además, Nes combinó que se llevaría muy bien con ella.

— Fui a ver a Susana y a Julio... —soltó Tony de repente, en un momento en que las conversaciones habían cesado.

— ¿Cómo están? —preguntó Nes, que de pronto tenia la voz trémula.

— Eh... no muy bien, como es de esperarse —a él también se le había trasformado la voz; cada vez que hablaba de Kevin, se le hacía un nudo en el estomago—. Están preparando el velorio para pasado mañana.

Vanesa guardo silencio durante un momento. Sabía que Kevin estaba muerto, que no volvería, pero un velorio lo hacía aún más real y más doloroso. Se tendría que enfrentar a su cuerpo, a un Kevin tan frió y sin vida. Tragó en seco, pero ya había tomado una decisión.

— Quiero ir... —sentenció sin posibilidad de que alguien se lo negara.

Caperucita RojaWhere stories live. Discover now