Capítulo 11

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Encuentros

Se metió en auto a toda prisa, se bajo la capucha de la campera y sacudió la cabeza para secarse un poco el cabello. Agradecía haberle sacado el taxi a su madre, pues la lluvia afuera era impresionante. Estaba a punto de encender el motor cuando alguien se subió a la parte de atrás.

— Lo siento, pero no estoy de servicio —dijo al pasajero, pero se arrepintió en cuanto lo vio bien por el espejo retrovisor.

Una joven bonita de cabello rojo se hallaba sentada en la parte de atrás, tenía dos surcos de lágrimas marcados en sus mejillas. Al escucharlo, ella tomo la manija de la puerta para irse.

— Espera... —le detuvo—. Hagamos una cosa, te invito a un café.

— ¿Qué? —Nes abrió los ojos de par en par.

— Ya sabes, vamos a un bar a tomar un café.

— ¿Por qué?

— Porque esta llorando y las lágrimas no van bien con esa carita tan linda —le dedico un guiño de ojo.

Nes tuvo que contener una sonrisa. Sabía que ya había caído una vez y no le había ido muy bien, pero ahora no podía resistirse a la tentación de aceptar la invitación de ese desconocido. Además iban a ir a un bar, donde habría más gente alrededor de manera que se sentía más segura.

— Está bien, acepto.

Con un gesto, él la invito a bajarse del auto. En la vereda abrió un paraguas que había sacado de la guantera y se lo ofreció a ella, mientras él volvía a colocarse la capucha. El bar a donde se dirigieron no quedaba a más de unos metros de allí.

Escogieron una mesa cerca de la ventana y se sentaron quitándose los abrigos mojados. El mozo les trajo la carta, que dedicaron a mirar en silencio.

— ¿Ya decidiste que vas a pedir? —preguntó él.

— Un té... —meditó durante un segundo mirando la carta entre sus manos— ¿Te importa se pido un trozo de torta?

— Para nada, también pensé en pedirme uno, pero creo que son muy grandes.

— Tal vez, no sé, podríamos compartir una porción —sugirió Nes, pues le urgía comer algo dulce.

Él asintió y llamó al mozo con la mano.

— Tráiganos un cortado, un té y una porción de torta de chocolate, por favor —el mozo anotó el pedido y se alejó a traerlo—. Bueno, aún no nos hemos presentado.

— Soy Vanesa.

— Yo Camilo, pero prefiero que me digan Niqui —sonrió y sin saber como continuar se dedico a observar la lluvia a través de la ventana.

— Esta lloviendo mucho, ¿no? —preguntó Nes mirando para el mismo lugar.

— Si un poco —volvió el rostro hacia ella y la vio sonreír—. Lo sabía, la sonrisa te sienta perfecta. ¿Por qué llorabas antes?

— Problemas con alguien a quien quiero —se limitó a decir Nes, perdiendo su sonrisa.

— Okey... Veo que no hay ganas de hablar de eso... —se encogió de hombros— ¿Por qué no me cuentas sobre ti? ¿Cuántos años tienes? ¿Estudias?

— Tengo 17 y voy en quinto año —dijo mirándose las manos entrelazadas sobre la mesa— ¿y tú?

— 19 años, trabajo como repartidor en una empresa de delivery... Estoy juntando dinero para ir a la universidad, quiero ser abogado —se vio interrumpido por la llegada del pedido.

— ¿Y el taxi? —preguntó Nes cuando el mozo ya se había alejado.

— Es de mi madre, se lo saque mientras no trabaja y me voy a comer un buena cagada a pedo... —Niqui puso cara de circunstancia y Nes rompió a reír— ¿Qué están gracioso?

— Cuando vuelva a casa me castigaran por el resto de mi vida... —volvió a reír a pesar de que sabía que su madre se enojaría— Se supone que no podía salir y me he escapado.

— Así que ambos nos encontramos haciendo maldades. ¡Que juventud más descarriada! —bromeó poniendo cara de espanto y se metió un trozo de torta a la boca— Mmmmm... ¡Esta buenísima! —exclamó y comió otro poco mas.

— Déjame algo para mí —Nes le quitó la cuchara de la mano y comió ella—. Tienes razón, esta muy buena.

— ¿Me das otra cucharadita? —Niqui hizo un puchero divertido.

— Ya comiste bastante, ahora me toca a mí un rato.

— ¡Devuélveme esa cuchara! —chilló él e iba a gritar algo mas cuando ella le tapó la boca con mano.

— Sh... Todos nos están mirando, Camilo —Nes se había puesto roja de la vergüenza, aunque por dentro no podía aguantar la risa.

Así pasaron la tarde entre risas y ridiculeces, hasta que se hizo tarde y Vanesa tuvo que volver a casa. Niqui la dejo en la puerta, no sin antes convencerla de salir juntos otra vez algún día de esos cuando ella se librara de su castigo o se volviera a escapar. Intercambiaron números para comunicarse y se despidieron con un beso en la mejilla.

***

Se detuvo en el pasillo y se apoyó en la pared junto a la puerta del aula. Esperó a que el tumulto de chicos saliera corriendo a disfrutar de su fin de semana. La distinguió en medio de todos, un poco rezagada con la mochila al hombro y esa pollera de tablas que le quedaba tan bien. Le siguió algunos pasos detrás sin que ella se percatara de su presencia.

Estando fuera del colegio, los chicos comenzaron a dispersarse y ya nadie miraba la joven de los cabellos rojos alejarse, solo él, que la seguía con paciencia. Era su oportunidad, vio que podía acercársele y hablar. Apuró el paso hasta que estuvo tan cerca, que ella se volvió asustada.

— Hola, Nes... —la saludó arrinconándola contra la pared.

— ¿Qué quieres? —Vanesa tembló ante su cercanía.

— Hablar contigo, nena —sonrió y le acarició el rostro con fingida ternura—. Has andado muy esquiva los últimos meses.

— Quizás no quería hablarte —sugirió tragando en seco. No se perdía ninguno de sus movimientos, temerosa que le fuera a hacer algo.

— Oh, pero hoy no vino tu guardiana, así que tenemos mucho tiempo para hablar —recorrió su cintura con la mano—. ¿Sabes?, hace días que tengo ganas de repetir nuestro encuentro.

Los ojos de Nes se abrieron del miedo y sus ojos se humedecieron. Aterrada buscaba alguien que pudiera ayudarla.

— No se te ocurra gritar, bonita —la amenazo él—. No las vas pasar bien si lo haces —el brillo oscuro en su mirada, hizo que ella desistiera de su plan—. Muy bien, eso me gusta —una sonrisa se abrió paso en sus labios—. Ves que podemos entendernos bien —la tomo de la barbilla y apretó sus labios con los de ella.

— Por favor, Diego —rogó ella llorando—. No.

— No te preocupes... Todo está bien —volvió a besarla—. No veremos en otra ocasión más conveniente.

Se apartó de ella, que siguió pegada a la pared sin mover un músculo. Iba a irse cuando pareció recordar algo y volvió a mirarla.

— De lo nuestro, a nadie. ¿Entendido? —sonrió cuando la vio murmurar un trémulo “si”—. Es mas excitante cuando es secreto —y se alejó riendo.

Ella se dejo caer al suelo, con las lágrimas en el rostro. No le importaba quien la veía, solo que él no iba a dejarla en paz nunca.

Caperucita RojaWhere stories live. Discover now