Capítulo 27

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Con el corazón en un puño

Vanesa no le veía ningún sentido a los velorios. ¿Qué motivo tenía el enfrentar a las personas a pasar horas en la misma habitación que una caja con el cuerpo del que había sido su ser querido? Le parecía una manera ridícula y vulgar de manifestar el dolor de una perdida. A la única que debería constarle ese dolor era a uno mismo. ¿Qué mierda importaba lo que los demás pensaran?

Parada en una esquina de la sala donde se llevaba a cabo el velorio, Nes no podía dejar de pensar, que la mitad de las personas que se había entrado por la puerta solo se acercaban movidos por el morbo y no por el sincero dolor de la muerte de Kevin.

Con un quejido angustiado, que dejaba escapar cada dos por tres cuando ya no aguantaba, apoyo su cabeza en el hombro de  Joako que había sido su pilar durante las horas que llevaba allí dentro. Su hermano se encontraba en lado opuesto de la sala, demasiado sobrepasado por su dolor y su culpa como para consolarla a ella. A Nes no le importaba, lo entendía y agradecía que tuviera a Mara acariciándolo, porque ella tampoco hubiera podido consolarlo a él.

Pamela y Emiliano, también habían pasado a verla, pero luego de un rato de recibir sus pésames, había insistido en que se fueran. No tenía ánimos de socializar y además, de nada le servía su presencia allí. Luego de que su amiga se fuera con mala cara, se dijo que había sido muy grosera, pero ya se disculparía más tarde, cuando el dolor fuera menos acaparador, si es que alguna vez llegaba a suceder eso.

Vanesa miró al cajón con los ojos húmedos. ¿Cómo haría para vivir sin él? Era la pregunta que le había paseado por la cabeza desde que había salido del hospital. Viendo que comenzaba a temblar de nuevo, presa del llanto, Joako pasó un brazo por los hombros de ella y la abrazó con fuerza.

— ¿Estás segura de que no quieres ir a casa? —le preguntó él y  suspiró resignado cuando ella volvió a negar con la cabeza como las últimas tres veces— Tienes que comer algo, descansar... Todo esto le va hacer daño al bebé.

— Nes... Tu amigo tiene razón —Susana, que hasta el momento, había estado a unos metros abrazada a su marido, se les había acercado. Julio había quedado sentado junto Juan Pablo, ambos amigos de apariencia fuerte estaban cogidos de las manos, como dos niños pequeños que no supieran que hacer.

— No quiero irme —dijo Vanesa terca, mirando a la que había sido su suegra por casi un mes.

— Al menos deja que te traiga algo para comer —rogó Susi y viendo que Nes pretendía renegar—. Es lo que querría mi Kev... —a Nes le temblaron los labios y Susana supo que había usado un chantaje algo extremo pero así logró que ella asintiera.

Susana se alejó y se llevó a su marido a comprar algo de comer. Vanesa la siguió con la vista sin saber cómo hacía para seguir en pie sabiendo que su único hijo se encontraba en el cajón que estaba en medio de la sala. Cuando volvió a romper a llorar, se preguntó cuando se le acabarían las lágrimas para derramar.

***

Camilo abrió la puerta con timidez. A ciencia cierta, no sabía qué hacía allí, pero al ver la foto del aquel joven en las paginas necrológicas, lo reconoció en seguida. No fue su nombre el que saltó dentro de su cabeza como una alarma, sino el de Vanesa.

Cuatro meses atrás, después de que se hubiera pasado el enojo que sentía su orgullo herido, por no saber que ella estaba embarazada, tuvo que admitir que Vanesa había tenido razón en cada palabra dicha o gritada aquel día. El había sido un cobarde.

Aquella noche no había podido dormir y, a pesar que en las siguiente si lo había logrado, no se sacaba de la cabeza que se había enamorado de Vanesa, embarazada o no. Pero nada podía hacer, Camilo había hecho las cosas muy mal. Había huido en vez de aclarar el tema tranquilamente con ella. Lo hecho, hecho estaba y nada podía cambiar el pasado, pero a lo mejor, si jugaba bien sus cartas, si lograría algo por el futuro. Con ese positivismo, Camilo entró en el salón.

Caperucita RojaWhere stories live. Discover now