Epílogo

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Mi faro

Lo vio y no podía creerlo. Ahí estaba, de pie frente a ella, con esa mirada celeste que la atravesaba. Le dedicó una sonrisa genuina, de esas de dientes blancos y comisuras elevadas. Y ella no pudo hacer mas que corresponderle de la misma forma.

— Ven aquí, bonita —su voz fue como un bálsamo para el alma de Nes, que dejo atrás todos los recuerdos dolorosos y corrió a enterrar su rostro en el pecho de su hombre.

Kevin le rodeo la cintura delgada con los brazos haciendo desaparecer el espacio entre sus cuerpos. Nes respiró su aroma a perfume de lavandería y elevó su mirada para no perderse ni un segundo de su rostro. Le besó las mejillas, el cuello, el pecho, por todos los lugares a los que llegaba. Estaba desbordada por la emoción de tenerlo a su lado otra vez. Nes miró de nuevo su rostro, él también la miraba acariciando mientras tanto sus caderas. Sin resistirse, tomó posesión de sus labios, disfrutando de su sabor, de su calor... — No vuelvas a asustarme así —lo regañó ella al separarse

—. Te amo.

— Yo más... —le dijo Kevin y ella pudo vislumbrar como su mirada se entristecía

— No lo olvides.

— Jamás, estas aquí...

— No lo olvides y no dejes de sonreír jamás. Te amo, mi pequeña Caperucita —repitió él separándose de ella, que quedó totalmente desconcertada.  

Nes se sentó en la cama. Una lágrima solitaria, que se había retrasado, recorrió su mejilla. Sabía que era un sueño desde un principio, pero era tan lindo verlo que se permitió disfrutar aunque luego doliera. Arrastró sus piernas contra su pecho y las abrazó. Como lo extrañaba. Apoyó el mentón sobre las rodillas de tal manera que su cabello rojizo formó una cortina entre ella y el mundo exterior.

De repente, sintió como abrían la barrera y le depositaban un beso en la mejilla, con dulzura, con paciencia, con cariño...

— Gracias por insistir en quedarte —abrazó a su amiga con fuerza.

— Para eso estoy —dijo Pame recostándola de nuevo en la cama y correspondiéndole al abrazo. Se quedaron en silencio por un rato, con Nes recostada sobre el hombro de ella, hasta que un berrido rompió el aire—. Madre e hija se ponen de acuerdo —soltó una carcajada que hizo que Nes sonriera.

Se desprendió del brazo de su amiga y salió de la cama. Caminó hasta la cuna blanca de mantillas verdes. En su interior la diminuta beba se retorcía por el llanto. Nes alzó a su hija, le acarició la pelusa rojiza que tenía por cabello, mientras se ubicaba en la butaca, instalada prácticamente junto a la cuna.

— Sh... Sh... Ma ya te da de comer —le canturreó sacando uno de sus pechos de dentro del pijama.

Apenas tuvo oportunidad, la niña se prendió férreamente del pezón que le ofrecía su madre. Nes se limitó a mirar a su hija alimentarse, sin poder sacarse las imágenes del sueño de la cabeza. Suspiró angustiada.

— Cuesta, lo sé —la consoló Pame desde su posición en la cama—. Pero mírala, ella te hará seguir adelante.

A Nes se le enterneció la mirada. Su hija había cerrado los ojos y volvía a dormirse sin dejar de succionar. Delineó su cuerpecito con un dedo cuidadoso y maternal. Por ella sería capaz de todo. Por esos ojos grises, empezaría por levantarse cada mañana y por ella viviría. Ella era la luz que la guiaba a través de su tormenta. Y aunque su tormenta fuera muy alta, ella era su faro.

Caperucita RojaWhere stories live. Discover now