Capítulo 18

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Enmendando corazones rotos

Al ver esa cabellera roja avanzar con decisión por la acera, creyó que su necesidad de verla, le estaba haciendo alucinar. No podía creer que su mente le jugara tan mala pasada. Si hasta llevaba puesta los pantaloncillos contos blancos que al tanto le gustaban, esos que dejaban ver sus piernas; y la camiseta sin mangas que le había regalado Pamela para su cumpleaños...

Era imposible que su mente recordara con tanta perfección esa camiseta. Era ella. ¡Era ella! Su corazón repiqueteó con impaciencia en su pecho y cada paso de Vanesa hacía donde él estaba le pareció eterno. Pero ni siquiera con todo ese tiempo, puedo pensar que decirle al tenerla en frente.

— Vanesa —Kevin saboreó su nombre en su boca, hacía demasiado que no la llamaba, que no le hablaba. De todos los días que la había buscado y se había encontrado con ese muró de protección que conformaba su amiga, justo ahora, cuando había perdido la esperanza de verla de nuevo... se la encontraba así como así en la calle caminando sola—. Hola...

— Hola —ella le dedico un movimiento de cabeza, sentía como su respiración perdía la regularidad que llevaba hasta cinco segundos antes. No se había percatado de que Kevin estaba allí, se reprendió su distracción y continuó con su camino.

­— Espera —ella se detuvo pero no se giró para mirarlo. No quería entrar en contacto con esos ojos, porque sabía que se perdería en ellos, sin ninguna otra posibilidad—. Yo... hace tiempo que quiero hablar con vos.

— No hay nada de qué hablar —su voz sonó más dura de lo que pretendía, pero por dentro le dolía tanto recordar.

— Eso no es cierto y lo sabes —la tomo de la mano para darla vuelta—. Quiero pedirte disculpas, me comporte como una idiota contigo. Sabes que me preocupas y no solo porque estés embarazada —no sabía cómo explicarse—. Nes, sabes que yo...

— No déjalo así. No hay nada que disculpar, es más, yo lo siento. Siento haberte gritado ese día. No tenía derecho a reclamarte nada. Era obvio que no estábamos juntos, pero no lo sé, tal vez por las hormonas, yo me había ilusionado con algo, que ahora sé, era imposible entre nosotros —Nes le regaló una sonrisa débil y melancólica—. Gracias por todo lo que me has dado, pero ya puedo seguir sola. No te molesto más.

— Dios, no... Nes, tu jamás fuiste una molestia para mí, ni una caridad, ni nada de lo que tu cabecita pueda imaginarse... —Kevin notó que ella removía la mano que aún tenía tomada y su sangre hirvió... Se enojo con sí mismo por ponerla en esa situación y con ella por ser tan orgullosa—. Por favor, escucha lo que quiero decirte. Si yo te ayudé, no fue por obligación, quiero decir que yo de verdad quería ayudarte...

— Te dije que lo dejes, Kevin —rogó ella con los ojos húmedos, ya no quería escuchar excusas. Quería salir de allí, llorar en paz—. Te perdono, no me importa...

— A mí si me importa, quiero que todo quede aclarado ahora —la mirada de él se endureció por un momento antes de volver a mirarla de manera dulce—. No seas terca, hablemos. Vayamos a algún lugar tranquilo, deja que te diga todo lo que tengo dentro y luego si aún así sigues con tu idea ridícula de alejarme de tu vida, bien.

Los ojos verdes de Nes refulgieron de ira. ¿Cómo que ridícula idea? ¿Qué pretendía él que aceptara todo así fácilmente? ¿Qué fuera cornuda? Porque si todo el mundo pensaba que estaban juntos y el bebé era de él, y luego andaba por ahí con otras. ¿Cómo se suponía que iba a quedar ella? “Para de mentirte, Vanesa” le dijo una vocecita dentro de su cabeza “Para de mentirle a él también”. No le importaba como la vería la gente. No, lo que le molestaba demasiado era pensar en sus brazos alrededor de otras cinturas, imaginárselo o, mejor dicho, verlo besando a otras... Nes lo quería a su lado, solo para ella. Pero eso no era posible.

Caperucita RojaOn viuen les histories. Descobreix ara