Capítulo 2: No estoy preparado

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|No estoy preparado|

Patrick llegó con un vaso con agua en su mano, me lo facilitó y yo bebí hasta que lo dejé completamente vacío. Él me observaba preocupado, pero yo no podía explicarle todo lo que tenía en mi cabeza o en mi pecho. No era capaz de desahogarme con una persona. Sólo una vez había sido así de blando y me habían arrebatado de las manos la sensación tan poderosa de sentir que el puto mundo estaba a mis pies.

—¿Te sientes mejor? —oí su voz entre mis pensamientos.

—Si —contesté. Regulé mi respiración, volví a sentir mis pies sobre la cerámica y me puse de pie —, creo que debería comer algo, debe ser eso.

—Quédate aquí, te prepararé un plato con comida —me ordenó sólo como un padre podría hacerlo con su hijo —. Se acabó la hora de trabajo para ti, así que cámbiate, sólo comerás y luego te irás a casa.

Miré la hora en el reloj de la pared; todavía faltaban dos horas para que mi turno terminara, pero no estaba capacitado para terminarlo. Me cambié de ropa con las manos sudorosas, me quedé en el banco y esperé el plato de comida de Patrick, que, por cierto, estaba buenísimo.

—Mira, Damián —comenzó nuevamente el chef. —Si algo está sucediendo contigo no esperes a que te deje en el suelo, puedes contar conmigo ¿de acuerdo?

Asentí silencioso.

Cuando mi cuerpo regresó a la normalidad, decidí irme a casa. Me despedí de las personas presentes, miré por encima de las cabezas a ver si divisaba el cabello rubio de Violet, pero no estaba ahí, así que simplemente me marché.

Debía mantener mi cabeza ocupada. Debía trabajar, ir al gimnasio, cuidar a Rayo y también sobrevivir solo en París. Debía poder hacer las mismas cosas que hacía, no estancarme, no quebrarme, no caer. Debía poder entablar una conversación sin viajar al pasado...

Tenía que seguir adelante.

Debía poner mis pies sobre la tierra; mirar el presente en el que estaba y construir un futuro para mi vida. No quería morir, no quería caer. Quería vivir y sentirme libre.

—Hola pequeño Rayo —saludé acariciando su cabeza.

Me senté en el sofá y él de inmediato se subió a mis piernas. Comenzó a lamer mis brazos casi reprochándome por no bañarme, como si fuera el ser más inmundo del universo. Me lamió el brazo, luego intentó con mi polera. Después se quedaba mirándome con aires de superioridad casi diciéndome "yo puedo bañarme y también puedo bañarte a ti". Ese aire de superioridad en sus ojos que sólo un gato egipcio podría tenerlo, y Rayo, estaba alejadísimo de ser un gato egipcio, sólo era un puto gato callejero.

Ni siquiera me di una ducha antes de dormir. Desperté un par de veces a mitad de la noche sudando, agitado y con dolor en el pecho. A la cuarta vez que desperté tuve que ponerme de pie e ir a darme una ducha helada antes de que me entrara una crisis de ansiedad que terminaría dejándome en el hospital con una aguja pasándome calmantes. Conocía esa rutina y no quería volver a tenerla. Me fumé tres cigarrillos seguidos apoyado en el balcón y pese a estar en el tercer piso me dio vértigo la poca altura a la que estaba. Me mareé una vez más y entré apresuradamente al departamento. Todo estaba oscuro, respiré hondo y continué mi camino hasta que estuve en la cama.

Rayo se había acomodado encima de mi pecho y, sorprendentemente, logré calmar mi ansiedad gracias a su ronroneo. En mis sueños apareció ella con sus despampanantes ojos azules, sonriéndome y luego corriendo hasta mi motocicleta. No me hablaba, pero en el fondo ambos sabíamos que estábamos felices. Pero cuando desperté a la mañana siguiente no fue felicidad. Sólo un gusto amargo en la boca y ganas de mandar a todos a la mierda.

Cuando tus ojos me mirenOnde histórias criam vida. Descubra agora