Capítulo 1: Nuevos comienzos, mismos recuerdos

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|Nuevos comienzos, mismos recuerdos|

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DAMIÁN

Desperté más temprano de lo habitual aquel domingo. Rayo, mi gato, estaba maullando con fuerza desde el pasillo porque seguramente había olvidado dejarle comida la noche anterior.

Metí mis pies en las pantuflas y caminé hasta la sala seguido de cuatro patas pequeñas y saltarinas. Miré el pocillo y estaba vacío, pero antes de poder abrir el envase con comida, un olor fétido se metió por mis fosas nasales; alcé la mirada y en la alfombra divisé que se encontraba un pequeño bulto. Cerré mis ojos armándome de paciencia, respiré profundo y tomé una bolsa plástica de encima.

—Te advertí cientos de veces que debías hacer aquí —indiqué la caja con arena —No en la puta alfombra —me molesté.

El pequeño gato gris me seguía hacia donde fuera como si nada hubiese pasado.

—¡Además parece que estás enfermo del estómago! —alcé la voz. Rayo se corrió unos centímetros atrás y con sus pequeñas patas comenzó a correr por el pasillo.

El olor era insoportable. Iba a tener que llevar la alfombra a algún lugar para que la lavaran. Puse detergente encima de la mancha y luego agua, escobillé hasta que se vio mejor y luego la envolví la dejé en el balcón.

«Miau» oí desde la sala.

—No mereces comida —lo señalé con el dedo y él comenzó a restregarse por mis piernas y luego a apoyar sus patas en mis tobillos.

No me gustaban mucho los animales, pero Rayo había llegado a mi vida en un mal momento y por ningún motivo iba a dejarlo por ahí tirado. Era un gato callejero que vagaba por los alrededores de la torre Eiffel. Estaba solo y con frío. Y su color gris más su pelaje esponjoso me hacían viajar a esos ojos azules que tenían mis pedazos esparramados por mi antigua ciudad.

Le serví comida en un pocillo, la mojé con un poco de leche, porque según la veterinaria aun no tenía sus dientes aptos para comer. El gato meneaba su cola y corría como si todo le perteneciera. Se metía a los lugares más pequeños que encontraba y también dormía panza arriba como si hubiese comprado la cama exclusivamente para él.

El departamento que había conseguido hace algunos meses era un poco más grande que el anterior. Al menos este tenía dos habitaciones y una cocina un poco más espaciosa, aunque en realidad no necesitaba tanto espacio. Me costó un poco hablar con la dueña del pequeño edificio para que me dejara tener a Rayo ahí, y prometí que se comportaría y ahora no estaba haciéndolo.

—Iré a ver si encuentro un lugar en donde laven alfombras —avisé.

Y en realidad no sabía por qué lo hacía, si el único que se encontraba ahí era el pequeño Rayo.

«Miau»

Tomé las llaves que se encontraban en la puerta, mi chaqueta y salí del departamento. Era un edificio de apenas cuatro pisos, así que no teníamos ascensor. Bajé las escaleras y me dispuse a caminar en busca de algún lugar. Era domingo, un día bastante aburrido, ya que no trabajaba y no veía a los pocos amigos que había hecho.

Miré local por local, pero ninguno indicaba ser lavandería o algo parecido.

De pronto, mientras caminaba acercándome a la esquina, me quedé fijamente mirando la vitrina en donde había un sinfín de cosas para mascotas. Mis pies avanzaron, mi cabeza no.

Fue en ese momento cuando choqué con alguien tan repentinamente que tuve que retroceder aturdido.

Sólo divisé que era una chica. Se encontraba sentada en el cemento y todo lo que llevaba se había escapado de sus manos. Libros, un par de papeles, además de dos cafés. Me costó percatarme de lo que había pasado, ella rápidamente se puso de pie mientras yo intentaba recoger el sinfín de papeles que traía consigo.

Cuando tus ojos me mirenWhere stories live. Discover now