Epílogo

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Dos años después

27 de octubre de 2022.

DAMIÁN

Estiré el brazo y casi pegado al respaldo de la cama cuando sentí algo peludo en la punta de mis dedos. Me puse la mano en el pecho y rápidamente recordé que tenía a Rayo durmiendo a mi lado. Me estiré por debajo de las sábanas y me puse de pie. No pasaron más de dos minutos cuando mi móvil comenzó a sonar insistentemente.

Salí del baño y lo contesté en altavoz.

—¿Qué quieres?

—Feliz cumpleaños, hijo de puta —oí a Daven. Me reí. —Supongo que ya saliste de casa.

—Claro —abrí la manilla de la ducha. Daven oyó el agua y resopló.

—¡Llegarás atrasado a la última reunión del mes, idiota! ¡Y en tu cumpleaños!

—Nos vemos ahí, Daven —colgué con una sonrisa.

No conocía la parte maniaca de Daven con el horario de llegada hasta que comenzamos a ser voluntarios en el centro de menores. Éramos monitores, por lo que dos veces al mes teníamos una reunión con los altos directivos para hablar sobre las actividades nuevas que habría. No tenía tanto interés de asistir a la reunión de hoy, sobre todo porque era mi cumpleaños y solo quería quedarme en la cama.

No tardé tanto en salir de casa como Daven pensaba, tardé más en acomodar la caja de Rayo a la motocicleta y conducir hasta la casa de mi madre. Todos los días que tenía voluntariado seguíamos la rutina de dejarlo con mamá mientras yo iba al centro. Él estaba feliz de viajar en motocicleta y luego recibir cariños todo el día.

—¡Feliz cumpleaños! —me abrazó mi madre al entrar. Correspondí su abrazo y solté a Rayo en la sala.

—Gracias.

—Te preparé esto para que te lleves —entró corriendo y luego salió con una cajita, fruncí el ceño y la abrí levemente, ella sonrió entusiasmada y esperó mi reacción cuando vi las donas hechas por ella.

—Gracias, mamá, no era necesario.

—¡Claro que sí! ¡Compártelas con Daven! —nos despedimos y regresé a la moto.

Las calles por las que iba las conocía de memoria, sobre todo cuando el paisaje comenzaba a ser más gris y sombrío que verde como en el que ahora estaba situado el nuevo departamento. Aparqué la moto afuera del sitio, colgué el casco y caminé por el pasillo quitándome la chaqueta.

—Buenos días, Damián —me sonrió la recepcionista. —Feliz cumpleaños.

—Gracias —le devolví la sonrisa. —¿Ya comenzó la reunión?

—Hace dos minutos.

Hice una mueca que la hizo reír y apresuré el paso, golpeé la puerta y entré sin esperar una autorización. Apenas entré quedé con el corazón en la garganta cuando vi globos puestos en el techo, mucha comida en la mesa y a todos gritando: ¡Sorpresa! Me moví unos centímetros para atrás y solo pude sonreír como un idiota.

Comenzaron a cantar mientras una de las directivas traía el pastel hacia mí.

Nunca me había sentido más en casa que en ese momento.

—No era necesario, de verdad que no... —decía un poco avergonzado mientras todos se acercaban a abrazarme y a desearme cosas buenas.

—No te preocupes, querido Damián. Todos estuvimos de acuerdo, has ayudado muchísimo a este centro y queríamos devolvértelo.

Cuando tus ojos me mirenWhere stories live. Discover now