Capítulo 37 FINAL: La estación

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DAMIÁN

Su ropa estaba esparcida por casi todo el departamento mientras Rayo corría de un lado a otro con sus calcetines rosados. Esquivé un chaleco cuando Violet lo lanzó al sofá y casi me cae en la cara. Tenía la maleta abierta mientras seleccionaba la ropa de verano, se probó al menos diez tenidas distintas y me modeló incluso la ropa interior. Alcé las cejas cuando encontré un conjunto rojo que no sabía si llevar. Por supuesto lo puse en su maleta como algo esencial.

—¿Tu madre tiene té? Podemos llevar algunos de aquí y...

—Compraremos allá, no te preocupes.

Ya llevaba muchísimas cosas, unas cajas de té realmente no eran necesarias.

—¿Sabes? Nunca he ido a la playa con otra persona que no fueran mis padres.

—O sea nunca te has revolcado por la arena desnuda.

Se rio. Me encantaba cuando reía, parecía iluminar toda la habitación.

—¡Claro que no! ¿Acaso tu sí?

—Cientos de veces.

Se giró a mirarme y alzó una ceja.

—Nunca —reí. —Pero podríamos intentarlo.

—Sucio. No quiero tener el culo lleno de arena —opinó. Solté una carcajada.

—Valdría la pena, pero si no quieres —me encogí de hombros.

Ella solo negó con su cabeza mientras continuaba doblando camisetas y metiéndolas a la maleta.

Durante los siguientes días nos encargamos de comprarle todo lo necesario a Rayo para poder viajar con él, una caja, bolsitas por si se le ocurría enfermarse del estómago, algunas mantitas y juguetes. También le compramos una correa para gatos y el veterinario nos recomendaron darle gotitas para relajarlo durante lo que durara el viaje.

A la mañana siguiente viajaríamos junto a Cayden y Jules. Esa noche el departamento quedó reluciente, ni siquiera daba la impresión de que hace un par de días Violet tenía su ropa por el pasillo y la sala.

Violet se metió a mi cama unos minutos después de mí, se acurrucó a mi lado y me abrazó en silencio. Apagué la luz y correspondí su abrazo, respiré hondo y cerré los ojos. Me sentía tranquilo, correspondido y por primera vez libre de culpas que antes me atosigaban.

Pensé en aquellas noches envueltas en incertidumbre, que no sabía cómo iba a resultar el día siguiente o si despertaría con las mismas ganas de vivir que antes. Pensé en el llanto silencioso de aquella chica que me abrazaba y en las ganas desesperadas que tenía de hacerla feliz. Pensé en las noches que pasé junto a mi madre, ella durmiendo y yo despierto pensando que en cualquier momento se iba a morir.

Y ahora estaba en una noche tranquila, con una chica que realmente me encantaba y me hacía feliz. Una rubia que había iluminado mi vida y me hacía sentir el corazón como un globo aerostático cuando reía o me observaba de forma carnal con esos ojos verdes brillantes. No podría cambiarla por nada, ni siquiera por los sueños que tenía, nada era comparable con todo lo que ella había hecho por mí y para sanarme.

De pronto oí que se sorbió la nariz. Abrí los ojos y la observé, todo estaba oscuro.

—¿Violet?

—¿Mm?

—¿Estás llorando? —me giré hacia ella. Se movió, se quitó las lágrimas de la cara.

—Lo lamento.

—¿Ocurre algo? —bajé la voz. Su respuesta negativa tardó en llegar y supe que estaba mintiéndome. —Dime, ¿No quieres viajar?

Cuando tus ojos me mirenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora