Capítulo 01

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En mi primer día de trabajo en el Hotel California, uno de los más renombrados en todo el mundo, Claudio, el hombre que será mi jefe, se acarició la cabeza calva por tercera ocasión y sacó un pañuelo de sus pantalones negros para secar el sudor de su piel morena.

Creí que entendía lo que significaba dejar todo atrás, pero la realidad se encargó de desafiar mis expectativas, golpeándome de manera implacable con cada paso que daba. Ahora, cuando por fin pensé haber encontrado un rayo de esperanza, la vida me sorprendía con un novedoso revés, obligándome a replantear todo lo que pensé que sabía sobre el proceso de comenzar de nuevo.

En medio de la oficina situada junto a la lavandería, el hombre de piel oscura nos hizo una advertencia sin piedad:

—En este trabajo no existen días libres a menos que yo lo diga. Vendrán cuando lo requiera y descansarán cuando no las necesite. La temporada sube y baja, sube y baja. Entiendan. —Su voz sonaba como una grabadora rayada que repetía incansablemente las mismas palabras. Se presionó el puente de la nariz con el índice y el pulgar, mientras nos miraba a las cinco mujeres que estábamos de pie frente a él—. Estoy cansado de recalcarlo, pero resulta que hay algunas de ustedes que no parecen comprender y reclaman el motivo por el cual descansan tres, cuatro días a la semana, o a veces ninguno.

Claudio era latino, al igual que las integrantes que componíamos el equipo de housekeeping.

Mamá y yo nacimos en Ecuador, pero debido a motivos financieros y a las deudas que adquirimos gracias a la pandemia del Covid-19, que dejó quebrados a los países en vías de desarrollo, nos vimos en la urgencia de emigrar a los Estados Unidos. A Miami, Florida.

Habíamos llegado hacía cuatro horas. Eran alrededor de las ocho de la mañana, así que no solo estaba hambrienta, sino también exhausta. Apenas había dormido durante el vuelo, mi pronunciación en inglés tampoco era buena, y debía aguantar ocho horas de trabajo antes de poder tomar un descanso. Pero gracias a la introducción que nos había dado nuestro jefe de área, tampoco sabía cuáles serían mis días libres.

El hombre terminó de hablar y fue nuestro turno para ponernos en marcha.

—Samantha —se refirió a mí cuando casi todas las mujeres habían salido del despacho—. Ana se encargará de enseñarte, acompáñala esta semana, a partir de la siguiente estarás sola.

Señaló a una mujer baja de estatura, mulata, pero bastante simpática de apariencia. Debía tener alrededor de cuarenta años.

La seguí en silencio después del gesto que ella usó para llamarme.

—A este carrito se lo conoce como bin o contenedor —indicó. Era muy grande, igual que un vagón de minería—. Lo llenamos con sábanas, toallas, papel higiénico, copas de cristal y, en general, lo que podamos necesitar, así que llega media hora antes todos los días.

Servicio de hotelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora