Capítulo 64

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SAMANTHA

Pensé en mamá y en cómo estaría en ese momento. Hacía casi un mes desde la última vez que la vi. Y de repente, mis pensamientos se enfocaron en Emily, quien se había quedado en ese buque, en calidad mercancía. La preocupación por ella era abrumadora, pero cuando nos encerraron en el camarote del yate, caí al suelo y todo comenzó a tornarse borroso.

—Sam, ¿qué te ocurre? —Cheyanne se acercó, sin embargo, estaba muy alterada para responder. Me costaba respirar. Hizo una búsqueda rápida de algo que pudiera ayudar, pero no encontró nada útil y regresó a mi lado— ¡Diablos! Vamos, recuéstate.

Con su apoyo, me levanté del suelo. Raine deshizo la cama en el centro del camarote. Me tumbé y Cheyanne me envolvió por completo en las sábanas. Raine tampoco tardó en cubrirse con las mantas y nos quedamos allí, temblando de frío y escuchando las voces de esos hombres que hablaban desde el exterior. No entendía nada, y eso avivaba mi pánico.

—Descansa un poco más —me aconsejó Cheyanne un momento después, cuando asomé la mirada. Admiraba su fortaleza. Se encontraba sentada junto a la cama, mientras Raine parecía haberse quedado dormido a mi lado. Estaba a punto de preguntarle cómo se sentía, pero ella anticipó—: Escuché que entraremos por España, y luego planean dirigirse a otro lugar.

Me incorporé despacio, tratando de asimilar la información, y me vi forzada a tragar con fuerza. De pronto tenía la garganta convertida en fogón.

—¿Hemos cruzado el océano? —susurró Raine de forma casi simultánea, con sus ojos aún cerrados. Todo el tiempo le preocupó Lizzie, y podía estar segura de que pensaba en ella en este momento. Por otro lado, aunque había sido consciente de que el aire era más fresco y menos húmedo que en Florida, la revelación también me dejó sorprendida.

Cheyanne no respondió, y la preocupación en sus ojos coincidía con la mía. Sin embargo, sólo pude susurrar:

—¿Qué planean hacer con nosotros?

—La intención inicial era encontrarse con Nikolai, eso es lo único que sé —explicó, ajustándose a los ecos del entorno—. Parece que escucharon los disparos y decidieron mantenerse al margen, hasta que aparecimos. En este momento, deben de estar investigando nuestra participación en los incidentes del buque. Será mejor no mencionar a Alastor —advirtió, intercambiando una mirada con Raine, quien captó la señal y optó por mantenerse silencio.

Ella tenía razón. Pues de repente, la puerta se abrió con brusquedad, y tres hombres armados entraron en el camarote.

—No te resistas —me advirtió Cheyanne en un susurro justo antes de que nos cubrieran las cabezas con bolsas, nos ataran las manos detrás de la espalda y nos obligaran a caminar.

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