Capítulo 72

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El sudor frío resbalaba por mi frente mientras me deslizaba por el estrecho corredor del albergue subterráneo, bajo el edificio principal abandonado. Alrededor, guardias bien armados patrullaban los pasillos, vigilando cada entrada y salida.

Con movimientos precisos, me mantuve oculto detrás de columnas y salientes, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho. Dos figuras se movían a mi lado, apenas visibles. Una de ellas, Cheyanne, era una experta en combate cuerpo a cuerpo, y confiaba en sus habilidades para cualquier tipo de enfrentamiento. El otro, Roman sostenía el arma equipada con silenciador en las manos, preparado para actuar en un instante.

Me moví con cautela, guiándome por los susurros en mi auricular. Uno de los dos agentes de las sombras, Méi, nuestra hacktivista, monitoreaba cada patrulla, transmitiendo información crítica con el objetivo de evitar ser detectados. Por otro lado, Xiao, acompañado de los dos hombres de Roman, habían tomado la delantera. Se desplazaban con agilidad, neutralizando a cada objetivo sin ser detectados, dejando a su paso cuerpos inconscientes en lugares poco probables de ser descubiertos pronto.

La electricidad en la zona se interrumpió.

—Las cámaras en el área tres volverán a funcionar dentro de diez minutos —nos informó Méi a Xiao y a mí a través del transmisor.

En el silencio reinante, el sonido de los cuerpos al caer resonaba como sacos de arena al impactar contra el suelo. Raine tropezó con uno de esos, interrumpiendo su sueño, pero acabó propinándole una patada en la cabeza para ponerlo a dormir de nuevo.

—No estorbes, chico —le espetó el líder enmascarado antes de que la luz se encendiera y siguiéramos adelante.

Mientras nos aproximábamos a la sala central que señaló Roman, la tensión en el aire se intensificó. Los guardias, entrenados y alertas, hacían rondas constantes. Me agazapé en una esquina, ejecutando un gesto a Roman y Cheyanne para que se detuvieran. Méi indicó que un grupo numeroso de guardias se aproximaba, y realizó alguna acción que provocó el cierre automático de la puerta. Esto logró desviar a los guardias de su trayectoria, obligándolos a buscar otro camino.

—Siguiente tramo. Son doce en total. Tienes ocho minutos en el próximo apagón —le anunció Méi a Xiao—. Los guardias no tardarán en sospechar. Esto nos brindará un margen de treinta minutos antes de que las cosas se salgan de control.

Xiao se deslizó en silencio, aprovechando las sombras para acercarse con sigilo a tres guardias que se aproximaban a nosotros. Con un movimiento preciso, inmovilizó a uno, sin emitir ningún sonido, asegurándose de no alertar a otros. Mientras tanto, los hombres de Roman se encargaban de sus compañeros.

La forma en que actuaban difería. Xiao se desplazaba con la misma destreza que un felino, su danza no parecía agresiva, sino más bien elegante, aunque tenía el presentimiento de que también podría ser letal si se lo proponía. Un solo ataque, un golpe certero en algún punto clave del cuerpo, era suficiente para dejarlos en un profundo sueño. En contraste, los otros dos eran un tanto rudos, y había descuido en sus movimientos. No dudaban en propinar varios golpes hasta dejar a sus oponentes inconscientes.

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