Capítulo 11

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—El día de hoy deberás limpiar su suite náutica. —Claudio parecía de mal humor, tal vez porque llegué quince minutos tarde por culpa de Alastor.

—Su... ¿Qué? —pregunté confundida. Ni siquiera imaginé que algo como eso existía. ¿Qué diablos significaba eso?

—Su bote.

—¿Qué?

—Niña, ¿conoces lo que es un yate?

Claro que lo sabía.

—¿Pero eso es parte del hotel?

¿Por qué debía limpiar su maldito barco? Nadie me preparó para eso.

—Sí, mientras se trate de nuestro huésped privilegiado.

Ese tipo iba a volverme loca.


Tres horas más tarde me sentí fuera de lugar. Era una gran ridiculez, pero debía aguantar porque no me quedaba de otra. Era la realidad de viajar a un país en el que no tenía ningún estatus ni posesiones.

Cuatro mujeres de distintas nacionalidades se encontraban con nosotros, y su belleza era innegable. Sus bikinis apenas dejaban algo a la imaginación. Reían a carcajadas, disfrutaban de sus bebidas y me hacía preguntar si la vida realmente podía ser tan divertida.

El amigo de Alastor, Laurent según escuché, ocupaba el lugar central, sirviendo las copas con desenvoltura y sin el menor reparo. Recordé que era el mismo hombre que se había caído al mar cuando me invitó a dar un paseo en su bote en el muelle, y su descaro parecía no tener límites mientras las mujeres se dejaban llevar por su audacia. Las acariciaba sin ningún descaro, incluso presencié cómo le propinaba una nalgada a una de ellas.

Durante la primera hora, me resultó complicado no mantener la boca abierta ante la falta de discreción de esos cinco. Sin embargo, después me di cuenta de que cada uno de nosotros tenía un papel en este barco. Laurent solo quería diversión, mientras que las mujeres estaban en busca de un hombre adinerado que las colmara de lujos y placer.

Por otro lado, la mesera que nos había atendido en el restaurante esta mañana y yo, éramos el único personal de servicio a bordo del burdel flotante. Debería aprender de su serenidad, aunque también era evidente que le incomodaba estar aquí. Al menos, se encargaba de sacar las botellas y los bocadillos de la cabina. En cuanto a mí, no tenía idea de cuál era mi verdadera tarea. Paseaba con mi cubeta y mi paño, fingiendo haber encontrado una mancha exquisitamente difícil de limpiar, cuando en realidad estaba tratando de evitar mirarlos. Sin embargo, esa tarea se volvía más complicada a medida que pasaba el tiempo.

Servicio de hotelWhere stories live. Discover now