Capítulo 29

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Sentado en mi escritorio, no conseguía avanzar en el trabajo que se había acumulado durante la última semana. La imagen de Samantha recostada en la cama sin moverse seguía atormentándome, y cada vez que pensaba en ello, mi respiración se volvía irregular y sentía un nudo en la garganta.

Jacob, el médico que la estaba atendiendo, dijo que necesitaría tiempo para recuperarse debido a la pérdida de sangre que había sufrido. No podía hacer más que esperar y mantenerme fuerte.

Alguien llamó a la puerta, y comprobé la hora en la pantalla de mi laptop. Pasaban de las ocho de la noche, y el sol empezaba a ocultarse detrás de la ventana junto a mí.

—Adelante —dije mientras encendía la lámpara sobre mi escritorio.

—¿Cómo va todo? —Laurent entró, echó un vistazo a mi habitación y saludó con la mano a la madre de Samantha. Alma también aprovechaba cada oportunidad para estar al lado de su hija. Cuando me guio al sótano en busca de sus pertenencias, me contó cómo habían vivido desde el momento en el que llegaron. Todo lo que vi en ese lugar solo aumentó mi desprecio por ese hombre. Menos mal, César y sus dos hijos no habían regresado allí. No me sentía preparado para verlo sin perder el control.

Me resultó difícil permanecer en ese sótano durante demasiado tiempo. El olor rancio, la oscuridad que lo envolvía y el desorden reinante se combinaban de una manera inquietante, evocando recuerdos que prefería dejar atrás. Era como si las sombras del pasado se alzaran desde cada rincón oscuro de aquel lugar.

Pude haber parecido un cobarde por esperar afuera mientras ella terminaba de recoger sus cosas. Tampoco me atreví a preguntar por qué la mayoría de las pertenencias de Samantha estaban dentro de una antigua casa rodante. Solo lo supuse, y esta conjetura no hizo más que aumentar la acritud.

Por otro lado, permití que Alma se quedara en la suite de al lado con Jacob, ya que contaba con dos habitaciones separadas, lo que facilitaría su estadía. También necesitaba tener al doctor que envió Oliver lo más cerca posible, en caso de cualquier emergencia.

Laurent se dejó caer en uno de los sofás.

—Ella casi siempre está aquí. —No se molestó en bajar la voz, sabiendo que la mujer no entendería nada de lo que estábamos hablando.

Asentí, y el silencio llenó la habitación durante los siguientes minutos.

—¿Sigues durmiendo en el sofá? —preguntó al notar la manta doblada sobre la mesa frente a él. Durante las últimas noches, me había costado conciliar el sueño con facilidad, y cuando lo hacía, las pesadillas me despertaban. Mi miedo a perderla, similar a lo que sucedió con mamá, me atormentaba constantemente.

—Es cómodo, aunque no lo parezca.

—Supe que Jacob trabajaba en la CIA. Papá recurre a él en cualquier circunstancia, y yo no lo sabía. —Laurent intentó distender la situación—. Por cierto, sobre el hombre de la casa en el pantano...

—Era un médico clandestino —le informé.

Laurent se puso de pie y buscó en su bolsillo. Cuando parecía estar a punto de sacar algo, Alma pronunció mi nombre desde la habitación.

Sin pensarlo, me levanté de la silla y entré. Samantha estaba sentada en mi cama, y se volvió para mirarme. Había un ligero rubor en sus mejillas que se intensificó en cuestión de segundos, y sentí que finalmente podía volver a respirar. La presión en el pecho, dentro de un parpadeo, solo se desvaneció.

—Llamaré a Jacob. —Escuché a Laurent salir por la puerta principal, pero eso fue todo, no hubo nada más. Solo ella.

—¿Por qué mamá está aquí? —Su voz produjo ondas sonoras que me llegaron igual que vibraciones, alertando cada nervio de mi sistema. Como un electrochoque, mi corazón comenzó a latir más rápido.

—Lamento ser el tercero en discordia —reprendió a su hija con cariño.

—Sabes que no hablo de eso —dijo Samantha con una mueca y luego me miró—. Nunca pensé que diría esto, pero luces fatal.

Sonreí, porque ella lo hizo.

—¿Hace cuánto que despertaste? —pregunté. Mi voz sonaba más suave de lo que había anticipado.

—Diez minutos.

—Los dejaré a solas —se excusó Alma, depositó un beso en la sien de Samantha y luego se alejó, interceptando a Laurent y Jacob en la puerta—. Denles un instante.

El doctor miró por encima de mi hombro.

—Cinco minutos —accedió.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté.

—Me dispararon —me recordó, devolviendo el sabor amargo que degusté a lo largo de los últimos días. Pero seguía siendo la misma, y eso fue algo que me reconfortó.

—Debo haber perdido la cabeza —admití.

—¿De qué estás hablando?

—Porque, de pronto, siento como si hubiera vuelto a la vida.

—Justo ahora, ¿qué acabas de decir? No pude escucharte.

Era cierto. Hablé muy bajo.

Me acerqué y, sin poder apartar la mirada, tomé asiento a su lado. Al coger su mano, noté que tenía los dedos fríos. Era absurdo, pero al igual que esa mañana por la que durante las últimas horas pasé arrepentido de haberla dejado marchar, temía que de repente fuera a desaparecer, y que en esta ocasión no pudiera impedirlo.

Con cautela, llevé mi mano libre a su mejilla. Sus ojos persiguieron mi gesto con atención. Aunque ese lugar estaba cálido, siguió pareciéndome un sueño.

Rojo —pronunció.

—¿Qué?

Ella inclinó la cabeza ligeramente, y pude ver una pequeña sonrisa en su rostro, lo que me hizo sentir un alivio momentáneo en medio de toda la angustia que seguía experimentando.

—Pensé que era lo único que te traería de vuelta —dijo avergonzada.

Lo que ocurrió antes de su partida parecía tan lejano ahora.

—No te vayas de esa manera otra vez.

—De haberlo sabido, créeme, lo habría evitado.

—Se puede prevenir. Si te quedas aquí, conmigo. Tú y tu madre.

—Debes estar bromeando. Hablas de... ¿tu hotel de cinco estrellas? ¿Por qué?

—Porque me volvería loco si te pasara algo.

Samantha bajó la mirada, como si estuviera procesando mis palabras. Luego, me miró a los ojos, y vi en ellos una mezcla de gratitud y vulnerabilidad que, por primera vez y con total claridad, excavó hasta lo más profundo de mi corazón.

Durante los días en los que estuvo inconsciente, llegué a la conclusión de muchas cosas, y una de las más importantes era que no solo no podía permitirme perderla, sino que mi necesidad de tenerla a mi lado se hacía más evidente con cada latido. Era como si la vida misma me hubiera mostrado lo preciosa que era su presencia en mi mundo, y estaba decidido a hacer todo lo posible para mantenerla a mi lado, donde pertenecía.


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