Capítulo 36

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Alastor abrió la puerta de su suite, y noté que su mano temblaba un poco. Su rostro tampoco mostraba el mejor semblante. Quería convencerme de que era solo mi imaginación, pero no pude evitar pensar que el hombre del que me habló y que lo ayudó a salir del orfanato, había venido a visitarlo por alguna razón importante.

Mientras él hacía una llamada para ordenar la cena, entré en su habitación. Tomé el iPhone que dejé en la mesita de noche y en el navegador busqué el nombre de Oliver. Como no conocía su apellido, lo relacioné con Laurent y Alastor Rostova.

No pasó mucho tiempo antes de que se desplegara una gran cantidad de resultados. Oliver Griffith tenía 51 años de edad y procedía de Londres, Inglaterra. Su único hijo biológico era Laurent, de 31 años, y quien, en cambio, nació en Sanford, Florida. Oliver pasó la mayor parte de su vida en Londres antes de mudarse a los Estados Unidos de forma definitiva. También consolidó la cadena de centros comerciales Treasure en gran parte de Norteamérica, pero el resto de la información estaba relacionada principalmente con Alastor. Los medios decían que era su padre adoptivo y que lo introdujo en el mundo de los negocios desde temprana edad. Había estado a su lado en cada logro y de forma reciente le cedió la cadena Treasure a Laurent, pero no encontré más información relevante disponible. Tal vez era por razones de seguridad.

La puerta de la suite se abrió, y me apresuré a salir de la habitación. Jacob se encontraba parado en la entrada.

—Vamos a tratar esa herida —saludó desde la puerta, y noté que Alastor ocupaba la silla detrás de su escritorio. Ni siquiera pareció percatarse de mi presencia, o si lo hizo, no dijo nada. Y por la forma en que frunció el ceño mientras miraba la pantalla de su computadora, pensé que sería mejor no molestarlo.

Jacob y yo fuimos a la habitación. Me parecía extraño que Alastor no estuviera presente cuando salí del baño después de quitarme el vestido, usando una bata. Me recosté y Jacob se dispuso a tratar la herida, como lo había hecho de forma habitual a lo largo de los últimos días. Cuando terminó, lo acompañé de regreso a la puerta.

Al pasar junto a la sala, eché un vistazo al escritorio, pero Alastor ya no estaba allí, ni en ningún otro lugar.

—Tienes mejor aspecto —anunció Jacob—. Mañana te quitaré los puntos de la herida, y podrás moverte sin tanta preocupación. Aunque todavía debes abstenerte de realizar movimientos bruscos, hacer actividad física o cargar peso.

—Gracias —respondí, aunque me sentí incómoda al ver a Danna arrastrar un carrito hacia la puerta. Debía traer la cena. Pero, ¿por qué ella? Durante los últimos días, fue Susana quien se encargó de hacer este tipo de cosas.

Jacob se marchó, y Danna, al verme, apresuró el paso.

—Hola, pensé que te habían despedido.

Aunque no parecía tener malas intenciones, me sentí herida.

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