Capítulo 81

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Abrí los ojos por el piquete de dolor que sentí en la muñeca cuando Jacob retiró el suero de hierro que me había colocado después del chequeo. Parecía estar preparado para tratar la anemia, ya que en su maletín tenía todo lo necesario. Luego, sin haber notado que me encontraba despierta, recogió sus pertenencias y se marchó en silencio.

Mamá tampoco estaba presente, quizás debido a la hora porque el anochecer se aproximaba. Por lo tanto, supuse que nos habíamos quedado solos en la suite.

Alastor se encontraba sentado en un sofá de la habitación, con el tobillo sobre la rodilla y la mano en el mentón. Parecía sumido en sus pensamientos, y no lo culpaba; lo que había sucedido durante las últimas horas resultó ser demasiado.

Tenía el pelo revuelto, pero aun así su aspecto era imponente, con la intensidad de sus ojos resaltando su atractivo, y la luz de la habitación destacaba la firmeza de sus rasgos faciales. Cada gesto era un recordatorio de su presencia apuesta y cautivadora.

Me deslicé fuera de la cama con cuidado, y en esta ocasión no sufrí ningún mareo. De hecho, me sentí con más energía, como si la siesta que tomé durante gran parte del tiempo que duró el suero, hubiera sido reparadora en verdad.

Se percató de mí cuando posé una mano en su hombro. Bajó la pierna y levantó la cabeza al tiempo en el que lo empujé suavemente hacia atrás, de modo que su espalda se apoyó en el respaldo, y pude sentarme a horcajadas sobre sus muslos.

Con ambas manos en su pecho, lo acaricié. Sus ojos, nublados por la brusquedad del cambio en sus pensamientos, hicieron un esfuerzo por revelar mis verdaderas intenciones.

Mis labios se posaron en la raíz de su cuello, y exhaló con satisfacción.

—Déjame arrancarte el dolor, aunque sea tan solo por un instante. —Mis palabras por fin lo trajeron de regreso.

Aun cuando no estaba segura de si era el momento adecuado, tampoco quería presionarlo. Al igual que en muchas ocasiones que me había permitido decidir, esta vez, la elección dependía de él. Si en algún momento me embargó el temor de que no aceptara, también estaba dispuesta a entenderlo por completo.

Sus dedos ascendieron por mis muslos hasta clavarse en mi cintura, luego se deslizaron un poco más abajo y hacia atrás, instando a levantarme ligeramente.

Hundió su rostro en la curva de mi cuello y besó ese lugar que todavía llevaba su marca. Al principio, me provocó un cosquilleo, pero cuando mordió con suavidad temblé, y eso pareció ser el interruptor que encendió el hambre en su mirada.

—Mi dulce Sam. —Su voz, ronca y profunda, acarició cada una de mis terminaciones nerviosas.

Con sus manos, todavía sujetándome, se levantó junto conmigo. Enredé las piernas en su cintura y caminó hasta la cama, dejándome en el colchón y acomodándose sobre mí.

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