Capítulo 03

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Solo yo tenía el poder de otorgarle influencia sobre mí. Sin embargo, ¿cómo había sido posible que Claudio accediera con tanta facilidad a la solicitud de ese hombre? Era lo que me preguntaba de camino al que sería nuestro hogar provisional, hasta que mamá y yo reuniéramos el dinero necesario para mudarnos solas.

Durante alrededor de cuarenta minutos, tuve la oportunidad de reflexionar sobre lo que había sucedido en el hotel, y llegué a la conclusión de que el hombre de la Suite 999 era un huésped que debía tratarse con precaución. Sin embargo, no estaba segura de si podría soportarlo. Me resultaba inevitable el compararlo con mi exnovio.

—Hemos llegado —anunció mamá, despertándome. Pasó a buscarme poco antes de finalizar mi turno. No sabía en qué momento caí dormida, y es que jamás estuve tanto tiempo limpiando baños de rodillas.

Al moverme para mirar por la ventana. El dolor en el cuerpo fue casi insoportable. No había ningún músculo que no me hiciera sufrir en este momento. Solo quería recostarme y no moverme durante un par de horas.

Salí del auto y contemplé la estructura ante mí. Era una casa de un solo piso, hecha de cemento y pintada de blanco, con paredes manchadas de moho. El antejardín estaba en un estado deplorable, y al lado se encontraba un estacionamiento. En este último, había un coche aparcado junto a una vieja y pequeña casa rodante.

—Es todo de tu amigo —medité incómoda por el calor húmedo que hacía en el exterior. La calefacción del automóvil estaba bastante bien.

—Para nada. César vive en el sótano —señaló la puerta al final de una escalera que llevaba hasta él.

Mamá avanzó y la seguí, pero me detuve a mitad de la entrada porque la puerta no se abría del todo. Algo lo impedía, y tampoco conseguí moverlo después de ver la cocina.

Era un espacio pequeño, pero abarrotado de objetos, alimentos, utensilios, cajas y suciedad por doquier. La mesa no era una excepción, con platos sucios apilados, bolsas de patatas de McDonald's a medio comer, y una extraña colección de alimentos y objetos de los que solo Dios sabía su origen y cuánto tiempo habían estado allí.

Mientras tanto, en la pequeña sala, que albergaba dos sofás y una inmensa televisión, mi madre se había detenido y observaba mi expresión. Sin duda, era capaz de intuir los pensamientos que bullían en mi mente en este instante. Nadie mejor que ella sabía cuánto detestaba el desorden y la suciedad.

Di un paso al interior de la casa y volví la mirada hacia la puerta. Una bolsa de basura colgaba del picaporte, impidiendo que se abriera por completo. De ella, también goteaba un líquido transparente que revolvió mi estómago.

—Entra, no seas tímida. —César, el amigo de mamá, apareció por un corto pasillo para saludar.

Fue al dar un paso que me percaté de otros detalles: algo apesta a podrido y parecía provenir de la nevera, además, el suelo estaba pegajoso. ¿Hacía cuánto tiempo que no se había limpiado?

Servicio de hotelWhere stories live. Discover now