Capítulo 71

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La noche cayó y me sentía nerviosa, pensando en una manera de no darle más preocupaciones cuando me viera.

Zacarria tardó más de lo esperado en organizarlo todo.

Fue al verlo ajustar la computadora de cara a la pared, cuando comprendí el motivo de su meticulosidad. Eliminó cualquier objeto que pudiera aparecer en cámara, e hizo algunos arreglos en su antiguo portátil. Todo eso para asegurarse de que no fueran a localizarnos.

Luego se aproximó a mí, pero retrocedió al darse cuenta de que se había acercado demasiado.

—Recuerda nuestro acuerdo. No me des más problemas, ¿entendido? —Me hizo un gesto para que tomara asiento en la silla de frente al computador.

Digitó varias instrucciones sobre el teclado. En una página en blanco con el encabezado Pulse Web, surgió un cuadro de diálogo oscuro, poblado por una sucesión de caracteres alfanuméricos. Siguiendo un proceso similar al que había observado en innumerables películas, ingresó algunos comandos. Lo hizo con la destreza de un programador experimentado.

Una vez que una barra de progreso emergió en la pantalla, se alejó, pero no se apartó de mi lado. A medida que se llenaba, mi nerviosismo se incrementó a pasos agigantados. Cada pequeña fracción del progreso del indicador aumentaba la tensión en mi pecho, creando un tumulto de emociones en mi interior.

El mensaje «conectando» emergió y, unos segundos después, apareció su rostro. Mis ojos se llenaron de lágrimas e hice lo posible por contenerlas. A pesar de haber considerado prácticamente todas las posibilidades, no preví que mi corazón se desbordaría en un torrente de sentimientos, como si hubiera pasado una eternidad a la espera de este instante.

—¡Sam! —exclamó, mostrando sorpresa en su rostro. Zacarria no le habría comentado sobre el motivo de la llamada. Sus ojos se movieron de un lado al otro, examinando por todas partes, hasta donde su mirada podía llegar—. ¿Cómo estás? ¿Te hicieron algo?

Una oleada de nostalgia me inundó, pero me contuve. Incluso me resistí ante la tentación de rascarme los brazos, y tragué saliva antes de responder.

—Me encuentro bien.

—¿Segura? —Hubo una segunda intención en su voz al formular la pregunta, como si sospechara y aguardara a que le diera alguna pista. Pero no podía olvidar que tenía a Zacarria parado justo al lado, aunque la persona en frente de mí no pudiera verlo.

—Sí. ¿Y tú qué tal te encuentras?

Por un momento creí que la llamada se había cortado, pues se quedó tan quieto y callado como una imagen estática.

—Te sacaré de ahí —prometió.

—¿La tarea que debes realizar es muy complicada? —En realidad, quería decir si era moralmente incorrecto. Sin embargo, habría sido una pregunta ingenua, teniendo en cuenta quiénes le dieron el trabajo.

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