Cap 26

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Con el pasar de los días Jungkook ya no le pedía a Tae que hiciera sus tareas por él.

El mayor ya no tenía la necesidad de engatusarlo con sexo y palabras bonitas y ardientes.

Ahora tenía la necesidad de conquistarlo.

Pero su plan de conquista iba a tener que esperar un poco, ya que Jungkook seguía muy triste y se lo veía muy cansado.

Ni siquiera habían tenido la cita y Tae se sentía desdichado por ello. Quería ver a Jungkook sonreír, quería que lo molestara con esa tontería de ser una masita de azúcar. Quería abrazarlo y decirle que estaba interesado en él.

Pero Tae sabía que mucho amor o cariño que él le diera, no reemplazaría nunca, ni un millar de años, la pérdida del cariño de una madre y un padre.

Aunque, más que perdida de cariño, en realidad algo como eso no había existido nunca para Jungkook.

Su padre biologico había abandonado a su madre cuando ella se enteró de que estaba embarazada.

Jungkook nunca había tenido cariño, ni siquiera de niño.

Pero él no recordaba muy bien su niñez. Su cerebro había decidido encerrar en una caja fuerte e impenetrable esos recuerdos.

Una parte de él quería creer que su madre sí lo había querido cuando era un bebito y un niñito.

Pero luego recordaba que a sus once años tuvo que aprender a hacerse las cosas solito porque su madre ya no quería darle ese mínimo de atención.

Jungkook seguía pensando que en realidad siempre había sido huérfano.

Porque sus padres lo habían abandonado desde mucho antes de nacer.

—KooKoo —cantó una voz grave frente  a él.

Jungkook estaba sentado en una esquina de un parque. Esperando a que fuera la hora de entrar a trabajar.

Taehyung estaba frente a él, con una mano detrás de su espalda.

—Ah, hola.

Tae intentó animarlo con una sonrisa porque desde lejos había notado que Jungkook tenía ganas de llorar. Lo veía en su postura encorvada, en su cabeza gacha y en las manos entrelazadas sobre su regazo, simulando una plegaria.

El lenguaje corporal lo era todo.

—¿Qué haces Koo?

—Esperando a entrar al trabajo. Llegué temprano.

Tae miró a la cafetería. No iba a decirle que no asistiera. En lugar de eso le dijo:

—Te traje un amigo.

Y el tendió el osito de peluche blanco que había estado escondiendo. A Jungkook apenas se le iluminó el rostro.

Bueno, por lo menos era algo.

—Gracias.

Pero el verdadero agradecimiento fue cuando Jungkook abrazó al peluchito en su pecho. Tae se sentó a su lado y lo rodeó con su brazo. Jungkook apoyó la cabeza en su hombro.

—Quiero que te quedes a vivir unos días en mi casa.

Jungkook hundió toda la cabeza en el hombro de Tae y se puso a llorar.

—¿Sí puedo? ¿No le voy a molestar a tu mamá y tu papá?

—Ellos estarán encantados de que te quedes. Puedes dormir en mi cama conmigo todos los días. Podemos ver la tele hasta tarde y comer porquerías juntos para que mi madre nos diga que terminaremos como dos morzas rodantes.

Eso le sacó una sonrisa a Jungkook.

—¿Sí?

Jungkook asintió con la cabeza.

—Gracias Tae... —la alarma en el celular de Jungkook ya estaba sonando. Hora de asistir al trabajo —Gracias por preocuparte por mi.

. . .

Unas cuantas horas más tarde, Jungkook  fue a su casa a guardar muchas de sus cosas. Tae no le había dicho por cuánto tiempo se quedaría en su casa, y Jungkook esperaba que fuera mucho tiempo.

—Me iré a vivir unos días con mi amigo.

Su madre remezcló la salsa que estaba preparando. Jungkook creía que no lo había oído.

—Voy a irme a vivir con..

—Ya te oí.

—¿Entonces me dejas ir? —preguntó esperanzado a que le dijera que no, que no lo dejaba. Que se quedara en su casa, que no se fuera a otro lado.

Es lo que haría cualquier madre: preocuparse.

—Haz lo que quieras —le dijo agregando especias a la salsa —Mientras no te hagas un delincuente y me traigas más problemas.

"Mas" era la palabra que se había quedado rondando en la cabeza de Jungkook cuando partió de la casa que no era su hogar.

Un hogar es todo aquel en donde te sientes bienvenido. Allí donde te hacen sentir seguro.

Y para Jungkook, aquel edificio, aquel departamento y aquella madre lo hacían sentir cuanto menos seguro y amado.

Lo hacían sentir como una rata metida en una casa de contrabando y sacada a golpes de escoba y desinfectantes venenosos.

Así se sentía y se sentiría siempre.

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