Vehemencia

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La oscuridad de la habitación le daba un aire tétrico a sus pensamientos. Con la ventana a sus espaldas, que dejaba fluir la fresca brisa de la noche y que permitía el paso a pequeños destellos de luz que iluminaban el anillo en su mano.

Era frágil y hermoso, puesto en manos brutas que poseían el don de corromper y herir dicha belleza. No era apropiado para sostenerlo.

Aún así, aquella parte egoísta que conformaba su ser se resistía a soltarlo. Su felicidad radica en ello, pero... ¿Que había de la felicidad de él? Desde un punto de vista objetivo, sabía que era viejo y anticuado en comparación a él, tan joven y lleno de vida, con mucho camino por delante.

La curiosidad también era normal, sin embargo, Izuku la había llevado hasta el otro límite, cruzando la delgada línea entre la propia curiosidad y la depravación. Las palabras de dea aún resonaban en él, y entonces, su yo interno peleaba por adivinar qué carajos continuaba.

Suspiró. Estaba cansado de ir y venir con sus pensamientos que lo atormentaban, se sentía como un ratón corriendo en un laberinto que no tenía salida, carajo, ¡Era un adulto! Tenía que ser más maduro, saber qué hacer en casos de estrés, o al menos saber sobrellevarlo. En cambio, se hallaba encerrado en su despacho, eludiendo sus responsabilidades y sólo admirando un anillo hecho con una margarita.

No estaba bien.

Vió el reloj sobre su escritorio, observando con la mirada perdida los números rojos que indican pasada la medianoche. Había pasado lo que restaba del día ignorando a Katsuki tras llegar a casa, incluso cuando el menor propuso hablar, él solo fingió haberse quedado dormido y guardó silencio. Era un idiota.

Y no solo eso, era en idiota ilusionado que se mostraba reacio a ver lo obvio. Muchos podrían tacharlo de loco, enfermo e infantil, pero se había enamorado de Katsuki, todo ese tiempo se había formado algo jodidamente prohibido, y sin embargo, bastante embriagador.

Despertaba sus deseos más reprimidos, quería tocarlo, besarlo, adorarlo y forjar entre ambos algo que ciertamente había ignorado en mucho tiempo. Pero lentamente lo guiaba a aguas más profundas.

Suspiró.

Luego de contemplar un poco más aquella margarita que empezaba a marchitarse, Izuku la resguardó en un pequeño cofrecito de una vieja caricatura y finalmente se levantó.

Era pasada la medianoche, por lo que realmente no quería hacer ruido y terminar despertando a Katsuki. No podía enfrentarse a él.

Con ese pensar, terminó con algo de curiosidad, entonces, salió de su despacho y avanzó hasta su recamara, viéndolo ahí con su respirar tranquilo y en posición fetal, aferrado a una almohada. ¿Qué se supone que tenía que pensar? ¿O si quiera decir? No subestima a Katsuki, en absoluto, pero le era imposible saber si el rubio podía entender la pasión con la que sus emociones se desbordaban de su cuerpo.

E incluso en ese momento, quería acercarse, acariciar su mejilla y besar sus tiernos labios. "Realmente jodido". Pensó.

Antes de seguir su impulso de ir y despertarlo, él se vio aturdido ante el vibrar de su teléfono, marcando una enorme incógnita sobre su rostro por el número desconocido y pasando enseguida a una horrible mortificación.

Hey, pregunté por tu contacto, de verdad debemos hablar.

—Tsuyu.

Izuku quiso hacer una rabieta por lo inoportuna que era la mujer, eso sin contar que su "debemos hablar" no presagiaba algo bueno, si no todo lo contrario. Además de ello, hacía años que no tenía contacto, no creía que estuviese en la posición de poder exigirle, sin embargo y bajo las circunstancias en las que se encontraba, Izuku finalmente accedió a dicho encuentro, era mejor que tratar de lidiar con sus sentimientos contradictorios y hallarse en medio de una —muy posible— discusión con el rubio y terminar hiriendo su orgullo.

O K T H Â [DekuKatsu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora