Capítulo 22: Rey Infernal, Edward Black

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París era ajeno a lo que sucedía en aquella biblioteca, y Atenea ya estaba bastante familiarizada con la situación, lo poco que entendía de los motivos de Edward Black era más que suficiente para averiguar porque Gastón había respondido así a los anillos en sus dedos. La temperatura de la habitación pareció bajar de repente mientras el silencio continuaba extendiéndose entre Edward Black y Gastón DeVereux. Ella se sentía bastante interesada en saber cómo se iba a desarrollar el próximo conflicto entre esos dos hombres.

Gastón parecía cada vez más calmado, pero sus ojos no paraban de moverse de la cara de Edward a sus manos, frenéticos, temerosos casi.

-¿Crees que esos anillos me harán cambiar de opinión? -preguntó el hombre al cabo de unos segundos.

-Pudieron haber sido sus dedos, DeVereux -respondió Edward y se giró sobre sus talones para mirarlo de frente, con su mano derecha, tomó la solapa de su camisa y la abrió un poco, mostrándole su pecho-. Agradece que sólo fueron sus anillos.

Esta vez, en vez de reaccionar como antes, Gastón palideció y Atenea juraba que sus rodillas temblaron. Edward sonrió.

-Veo que lo entiendes bien -habló Edward-. Tu familia está a una llamada de ser decapitada y arrojada al mar. Justo como tu lo hacías con mis hombres -las palabras de Edward se sintieron duras, rencorosas.

-Cuando dicen que lo sabes todo, no mienten - dijo Gastón y dejó caer sus hombros-. Matar a tus hombres nunca fue suficiente, debimos acabar contigo cuando tuvimos la oportunidad.

-Deberías saber que si juegas con fuego vas a quemarte Gastón -respondió Edward y empezó a caminar hacia el hombre. Sus pasos eran largos y confiados, sus manos estaban relajadas a los lados de su cuerpo-. Y si te quemas, arrastras contigo a tu imperio.

-¿Qué quieres? -la voz de Gastón sonó agotada.

Edward extendió su mano hacia Atenea, ella se adelantó y le entregó la cajita de regalo que habían preparado para Gastón. Y con la misma velocidad con la que se había acercado, había retrocedido.

-Quiero todo, nombres, direcciones y caras -contestó Edward y abrió la caja, tuvo que recordarse que lo que estaba dentro no le pertenecía-. Y me lo darás si no quieres ser el siguiente -susurró sólo para que Gastón lo escuchara y le mostró el contenido de la caja.

Gastón no pudo detener las arcadas que el contenido de aquella pequeña cajita le provocó. Edward dio un par de pasos atrás para evitar que el vómito le manchara los zapatos, no podía decir que él no entendía la reacción de Gastón, pero sabía que iba mucho más allá de lo que estaba ahí dentro. Y estaba a punto de empezar a punzar con esa razón.

-¿Sabes? -empezó Edward-. Alexander es bastante conversador -dijo y miró hacia abajo, hacia Gastón que estaba de cuatro patas en la alfombra, frente a un charco de vómito-. Era, perdón.

Gastón le devolvió la mirada, tenía los ojos cristalizados y un deje de desasosiego en la mirada. A Edward le dio lástima, y por eso mismo, el odio que sentía por aquel hombre creció como llamas rociadas de gasolina en su pecho.

-Pero luego de un pequeño incidente se volvió bastante tímido -rió sin apartar la mirada de los ojos de Gastón.

Atenea se sentía como una sombra en aquella habitación, sabía que lo que estaba a punto de escuchar no le iba a ayudar a dormir esa noche.

-Nos contó muchas cosas, empezando por como te gustaba follárselo cuando tu esposa no estaba en casa -soltó Edward de repente, Gastón bajó la cabeza, derrotado. Los guardaespaldas que estaban con ellos se miraron, parecían muy sorprendidos. Edward lo notó-. Entonces tus hombres tampoco lo sabían, vaya vaya, quién hubiera pensado que un hombre tan... recatado como Gastón DeVereux se dejaría seducir por un chico como Alexander.

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⏰ Poslední aktualizace: Mar 22, 2022 ⏰

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