Capítulo 11: Preguntas sin Respuesta.

76 7 0
                                    


La luz blanca y cegadora que colgaba del techo producto de una vieja bombilla colgante de un solo cable se mecía entre las sombras de la habitación.

Un punzante y aterrador dolor de cabeza hizo que el cuerpo de la chica en la fría silla de metal se despertara de un violento espasmo.
Atenea abrió los ojos asustada y trató de hablar, pero la pinza que tenía en la lengua y el apretado pañuelo que le mantenía la boca abierta no le dejaron emitir palabra. Parpadeó, buscando enfocar su visión en algo que no fueran las manchas de colores que veía con incomodidad; su cuello gritó de dolor cuando hizo su cabeza hacia adelante, eliminando la tensa posición antes colgante. Gimió cuando se vio reflejada en un espejo del tamaño de la pared que había en la habitación. Vio su propio miedo crecer en sus ojos y ahí, viendo fijamente a sus ojos, sintió como la vida se le desprendía de a pocos.

—Parker, veo que ya despertaste –dijo la voz de Rachel luego del horrible chillido de una puerta abriéndose a sus espaldas. Atenea inmediatamente sintió como los músculos de su cuerpo se tensaban, esperando.

Los pasos de Rachel, siempre lentos, siempre seductores, siempre atemorizantes, se dirigieron a algún lugar a su derecha, un lugar que ella no podía ver por el espejo, por lo que era aún más terrorífico.
Sintió como los vellos de su cuello se erizaron cuando escuchó como un par de balas rebotaban contra el cemento del suelo.

—¿Alguna vez has ido a Rusia, cariño? –preguntó Rachel mientras se acercaba a ella, Atenea seguía sin verla por el espejo –, porque tienen un juego muy interesante –susurró y su mano se movió por la parte posterior del cuello de su compañera, el guante negro de cuero recogió una gota de asustado sudor.

Atenea no podía moverse, estaba paralizada por el miedo, así como lo estaba por su orgullo. Su corazón golpeaba contra sus costillas con la adrenalina a tope, sentía la sangre correr alborotada dentro de su cuerpo y sus oídos zumbaban, si no la mataba Rachel, lo haría un infarto.

Hizo el intento de hablar, pero lo único que consiguió, fue una línea de saliva en su barbilla, la cual se estiró hasta el pecho de su blusa, Atenea la miró, bajando la mirada a su regazo y quedándose ahí, una gota de saliva era todo lo que quedaba de su dignidad, y ahora estaba en su pecho. Tenía la lengua inflamada y un terrible dolor en el culo, maldita silla incómoda.

—Creo que sabes hacia dónde va esto –dijo Rachel y por fin apareció en el campo de visión de Atenea, pero ella notó que aún no podía verla reflejada en el espejo. Atenea se le quedó mirando, un moretón casi negro cubría el costado derecho de su cara y tenía sangre seca en la barbilla, una línea de líquido granate se estiraba desde su labio inferior –. Atenea, Atenea, jamás pensaste que acabaría así, ¿cierto? –preguntó ella con ironía y tomó la silla, dándole vuelta se sentó, con las piernas abiertas al respaldar. Tenía una larga navaja suiza en la mano, la movía con un vaivén similar al de las agujas de un reloj; derecha, izquierda, derecha, izquierda; Atenea estaba tan fija en el filo brillante que no se percató cuando dicha hoja de muerte le rebanó el cuello con violenta fuerza, lo último que vio antes de que sus ojos se transformaran en canicas vidriosas, fue la mueca amarga en la boca de Rachel y escuchó sus últimas palabras a ella –. Lo siento, soldado –susurró.

La navaja se desprendió del voraz agarre de Rachel y cayó al suelo con un estruendoso tintineo mientras la chica se alejaba del cadáver convulsionante de vida con fuertes sacudidas.

Rachel bebía su segunda cerveza y picaba de su paquete de Doritos. Tenía la mirada fija en la maltrecha mesa de madera en la que estaban sentados, las manecillas del reloj en la pared parecían haberse detenido, o quizá, en el agujero en el que estaban, no existía tiempo que fuera capaz de avanzar.

Cold Blood Secrets (Actualizaciones Lentas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora