Capítulo 16: Una copa con el Diablo

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Eran las cuatro y cuarenta y siete de la madrugada cuando William atravesó la puerta de la sala de interrogatorios, justo donde un par de semanas antes Rachel había estado con Atenea.

El solo recuerdo lo hizo temblar, y William Lannister no era un hombre que soliera estremecerse.

Se movió por los mohosos y extensos pasillos entre los que cuando menos se lo esperaba, una mugrienta rata le pasaba por entre los pies. Tenía tres días de no ver la luz del sol, tres días bajo el asfalto, tres días de movilizarse entre ese horrible lugar, escarbando y dando puñetazos al aire por un par de respuestas que no tenían ni ton ni son por parte de un hijo de puta que corría el riesgo de ahorcar con sus manos desnudas.

Estaba empezando a exasperarse pero si entraba a la sala de interrogatorios que contenía a Alexander Vancrussen esposado en una silla metálica con una gota más de desesperación en su vaso, terminaría el interrogatorio con sus manos rompiéndole la tráquea a ese hijo de perra, lo sabía. Para su desgracia, de momento no tenía órdenes de hacer eso.


Resopló mientras giraba en una esquina.

Siempre había dado la impresión de que por sus pasos largos y sensuales era un hombre en realidad relajado, pero esa noche (¿o día?) esa imagen la había tirado a la basura. Caminaba rápidamente, pasos cortos e inseguros, como si el suelo bajo sus pies fueran brasas ardientes, llevaba los hombros tensos y en su cara se leía una expresión incierta, entre odio y desesperación, la mirada de un hombre acorralado contra una pared con un revólver apuntándole a la cabeza.

Y sí, estaba acorralado. La situación con Vancrussen lo tenía bastante hasta los cojones. El hecho de que tenía a cuatro de sus chicas arriba sin su protección también lo tenía preocupado. Y no tener comunicación con Atenea desde hacía tres horas estaba a punto de reventarle algún vaso sanguíneo muy importante en un el cerebro. Estaba a punto de matar a alguien.

(Farfullaba a sus dioses para que ese "alguien" fuera Alexander Vancrussen)

En su ruta, se dirigía a la sala en la que estaba Rachel con los altos titiriteros de Inferno. Tenía, si acaso, sus buenas cinco horas y cuarenta minutos encerrada, y todavía podía escuchar una acalorada discusión desde su posición. Se gritaban en ruso, alemán y español cuando sabían que había personas navegando por los pasillos; William podía captar perfectamente lo que se decían, y no era nada alentador.

Siguió su camino hasta el elevador, un par de minutos más de cavilaciones y conspiraciones en contra del hombre que había dejado como una mierda detrás. Subió, en completo silencio ahora, hasta su mente se había calmado, era como si el silencio infinito de la cabina bloqueara todo ruido proveniente de cualquier parte del universo y ese extraño cubículo siempre lo había perturbado.

Suspiró y presionó el botón del primer piso, treinta pisos sobre su posición actual y se preparó para esperar los próximos cinco minutos de su vida dentro de un elevador que lo llevaría al nivel de la carretera que en esos momentos estaba sobre él. Por la cual circulaban personas con una vida legal, en todo caso, y él no mataba por tener una vida legal. Su triunfo estaba bajo la mesa.


Inferno era un lugar totalmente oculto de los ojos curiosos. Un lugar que, en realidad, era difícil de encontrar. Muchas personas no creían en su existencia, mientras que otros juraban con sangre que habían visto el pavimento abrirse en dos y llamas salir candentes de él, seguidas por sombras negras que se esparcían por la ciudad en las más oscuras horas de la noche. Pero nadie nunca había sido capaz de sobrevivir a un encuentro con esas sombras para poder contarle al mundo si eran reales, y nadie nunca lo haría.

Cold Blood Secrets (Actualizaciones Lentas)Where stories live. Discover now