XXVIII

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—¿Cómo que suicida, no tienes un poco de espíritu del deporte! —Le pregunté algo alterada.

Sin embargo, al observarla me tropecé y rodé en el techo.

—¿Necesitas ayuda?, pequeña atleta? —Preguntó una de las arqueras.

Observé bajo su manga un cuchillo afilado, y me negué, aventando su brazo hacia atrás.

Me dio un puñetazo, el cual me rompió la nariz, comenzó a sangrar mientras la colocaba en su posición natural.

Le propiné un fuerte puñetazo en la cara, el cual la lanzó por los aires, incluyendo parte de los dientes.

Ese había sido un grave error, al voltear, ya me habían rodeado varias de ellas.

Me colocaron unas esposas y me lanzaron contra la taberna.

Di unas volteretas al caer.

— ¡Bingo! —Murmuré.

Me tapé la nariz del hedor a excremento y orina de borrachos.

—¡Sáquenme de aquí!, ¡yo no hice nada! —Fingía debilidad y borrachera en la voz.

Lo repetí en varias ocasiones mientras me liberaba de aquellas esposas.

A la quinta ocasión, me liberé, escondí las esposas bajo una pila de heno y fingí estar esposado.

— ¡Ven conmigo, zorra! —Exclamó una mujer malhumorada.

Al hacerlo, me propinó una patada en la cara. Fingí llanto en mis ojos mientras me llevaban dentro del palacio de gobierno, lugar donde ahora se concentraba Sergio y las mujeres fieles a asesinar hombres sin piedad.

— ¡Yo... yo no hice nada! —Exclamaba entre lágrimas.

—Tranquila, señorita, bienvenida a nuestro pelotón, servirás para nosotros como una líder, hoy te tocará hacer ejecuciones, toma un arco y flechas por si alguien se intenta escapar. —Antes de salir, observé en el techo una entrada.

"Puedo entrar por arriba, pero antes debo revisar los alrededores", pensé.

— ¡Síguenos! —Me ordenaron las chicas—Te va a gustar.

Me llevaron a los vestidores, los cuales estaban cercanos a las celdas.

—Déjenme sola un momento, debo revisar algo. —Les mencioné a todas.

Así lo hicieron, abandonaron el calabozo y me quedé a solas. Me vestí como líder de aquellas cazadoras, tomé un arco y flechas.

Salí del vestidor y corrí a buscar al misterioso señor Aguilar.

—¿Hay alguien aquí que se llame José Alfredo Aguilar? —Pregunté a los hombres de las celdas en voz baja.

—¿Cómo deberíamos creerle a una puta mujer que nos quiere matar? —Preguntó un hombre al fondo de la celda.

—Porque soy su único boleto de salida, no tengo mucho tiempo...—Me transformé en mi forma de hombre.

Aquellos hombres estaban sorprendidos.

—Finjan una enorme pelea que termine con todos muertos, yo me llevaré a Aguilar como un cadáver de la trifulca, y a ustedes los llevarán después. —Les ordené en voz baja.

Todos siguieron mis ordenes al pie de la letra. Volví a mi forma femenina, tomé a Alfredo en mis brazos como si estuviera muerto.

—Mi método no es lo mismo que el tuyo, pero tienes buen sentido del arte—comentó José—. Ahora, golpéame la nariz tan fuerte como puedas, soy un hombre lobo, no temas.

Una gran historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora