XXXIV.

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El lanzó su primer golpe, lleno de odio. Al hacerlo, se quedó sin defensa, lo cual aproveché para patearlo hacia un extremo.

—Un niño lleno de odio hambriento por matar a su mentor, ¿de qué te sirve tanta ira ciega?

Al acercarme a Nick, me golpeó la cara con un escudo y con tanto odio que me tiró al suelo.

—¿Qué vas a saber tú, imbécil!, ¡egoísta, que solo piensa en su familia, pero no en su pueblo!

Se desplazó rápidamente y comenzó a golpearme con fuerza.

—Tu problema es que no tienes una familia, no sabes ni siquiera el miedo a no saber que le vas a dar de comer a tu hija, o que va a vestir, dirás que es tonto por la riqueza, pero si no tuviera esta vida que llevo, ¿Cómo sería?

Le pregunté mientras le daba un zarpazo en la cara y me liberaba de sus golpes.

Aquello solo lo enfureció más.

—¡Déjate ya de idioteces! —Tomó un hacha y a mí me lanzaron otra.

Corrió a toda velocidad y coloqué mi hacha en posición de defensa, ambas se quedaron trabadas.

Me dio un golpe bajo y me desestabilizó, haciendo que clavara el hacha en mi pecho por unos centímetros.

—¡Levántate, y da la cara al pueblo que hoy te verá sangrar y morir en un mismo lugar! —Intenté tomar mi hacha, pero la lanzó.

Me pisó la mano con fuerza. Solté un rugido mientras caía rendido.

La gente del pueblo estaba triste, pero escuchaba en mi cabeza esas voces que me ayudaban siempre a seguir. Subí la mirada, observé a Edgar y a Eve, les sonreí con mi rostro envuelto en sangre.

Eve me devolvió el gesto dulcemente mientras observaba al cuervo que me avisó con antelación del ataque.

—¿Unas últimas palabras? —Preguntó Nick.

— ¡Odín está con nosotros! —Respondí con fuerza.

Mientras él se distraía viendo al cuervo yo le rompía la pierna y cortaba su pecho con las dos hachas.

—Y así es el Holmgang...—Despedacé su cuerpo con mis garras.

Al morir, sentí como volvía el dolor de mis garras y una sensación extraña, como si me hubieran quemado la piel con un pedazo de metal al rojo vivo.

—No entiendo el por qué no decidiste hablar conmigo...

Las lágrimas brotaron de mis ojos mientras veía Melanie acercándose a Edgar.

— ¡Déjalo en paz! —Corrí hacia ella, pero ya lo había atacado.

Cayó al suelo y se alejó mientras Eve intentaba seguirla.

—¡Mi amor, vas a estar a salvo, te lo prometo...! —Melanie soltó una risotada mientras un hombre me lanzaba a un lado.

—Que pena que tus padres hoy no estén contigo, para celebrar, bueno, ¿Qué celebrarán? —Me preguntó con sarcasmo—¿Acaso a un fracasado y luego asesino de su propia manada?

Apreté mi puño.

— ¡Si le haces algo, te juro que...! —Desapareció con una bomba de humo.

Me aturdió por unos instantes.

—¿Mamá, papá? —Preguntó Edgar.

—¿Los conoces? —Estaba confundido.

Me aventó el padre a un lado.

Una gran historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora